Hasta mediados de la década de 1980, Josenilda Pedro da Silva, conocida como Nalvinha da Ilha (Nalvita de la Isla, en traducción libre), y sus vecinos vivían en un territorio de exclusión. Los residentes de la Ilha de Deus (Isla de Dios), en Recife (capital del estado de Pernambuco, ubicado al  nordeste de Brasil), en ese momento llamada Ilha sem Deus (Isla sin Dios), no tenían agua, ni energía eléctrica, ni atención de las autoridades públicas. Carecía de todo, incluyendo la autoestima.

Rodeada por tres ríos y al lado del Parque dos Manguezais, en la más grande área urbana de manglares de Brasil, los 1.500 habitantes en ese momento dependían de la naturaleza para sobrevivir. La mayoría se ganaba la vida recogiendo mariscos, hasta el día en que dos fábricas cercanas causaron un desastre ambiental con el vertido de residuos de la producción de jabón. Las aguas se convirtieron en espuma. Las familias comenzaron a pasar hambre y necesitaron salir de allí por primera vez en busca de sustento. «La violencia llegó y perdimos a muchos jóvenes. La isla era un fácil escondite de bandidos», dice Nalvinha, que era una niña cuando todo ocurrió y cuenta esta historia a través de los recuerdos de la madre, Berenice da Silva, Doña Beró.

Con la tragedia, el lugar terminó en las páginas de los periódicos y salió de la invisibilidad, llamando la atención de un sacerdote y una monja, que se trasladaron al sitio y fundaron la ONG Saber Viver en 1983. La idea de los misioneros era profesionalizar a los habitantes. «Ellos dijeron que no le darían el pescado, para que aprendiesen a pescar», afirma Nalvinha. «Querían abrir nuestra mente, para que aprendiéramos a luchar». Las iniciativas fueron dirigidas especialmente a las mujeres, que han tenido clases de costura, refuerzo escolar y artesanía.

La foto muestra a una mujer negra, con el pelo rizado adornado con una tira de tela con flores lilas y roja, que sonríe. Utiliza pendientes coloridos y lleva una camiseta blanca que dice "Semear y Colher”. Está sentada y sonriendo, con los pies hundidos en el barro de los manglares. Atrás se ve el río oscuro y algunas personas fuera de foco.

Nalvinha da Ilha, nacida y criada en Ilha de Deus, dirige la ONG Saber Viver (Rafael Martins/Believe.Earth)

Fueron ellas, las mujeres, que salieron a la calle y siguieron hasta la sede del gobierno, en el centro de la ciudad, para protestar y pedir mejoras. «Tuvieron que hacer historia y poner la isla en la boca de la gente antes que los cambios sucedieran», dice Nalvinha, quien ahora es presidente de la ONG. «El primer logro fue el agua potable».

Aún en la década del 80, llegaron las primeras 60 casas de mampostería, construidas con la ayuda de instituciones alemanas que hasta hoy apoyan los proyectos de la isla. El emprendimiento se ha convertido en una marca local. Muchos de los asistidos por proyectos sociales se han convertido en panaderos, vendedores o productores de artesanías a partir de los cursos que ofrecieron. Pero la isla no ha olvidado sus orígenes: es el símbolo de la defensa del manglar en Recife, con trabajos coordinados por Nalvinha. 

SEMILLAS DEL MAÑANA
Recife es la hija de los manglares. La ciudad se levantó sobre un llano costero en el que el suelo predominante era el manglar. Hoy en día, solo el 2,4% de la superficie de la ciudad mantiene esa cobertura. La capital de Pernambuco es hogar de 1,5 millones de personas, pero son los 2000 habitantes de Ilha de Deus los que establecieron la relación más íntima con este ecosistema. «Mis padres y abuelos son pescadores», cuenta Maria Eduarda Santos, 18 años, voluntaria de Saber Viver. «Aprendemos a recuperar los manglares porque es nuestro medio de vida».

Hace dos años, la ONG comenzó con el proyecto Semear e Colher (Sembrar y Cosechar). Con una contribución inicial de la institución alemana Aktionskreis, la organización estructuró clases de educación ambiental para niños y jóvenes y un proyecto de resiembra de plántulas de mangle alrededor de la isla. Los habitantes ponen sus pies en el barro y recogen las botellas PET tiradas allí. Luego, limpian el plástico, hacen la plantación de las semillas y buscan áreas degradadas para replantar. La iniciativa ya devolvió al ambiente 24.000 plántulas. Fabio Lima, 32 años, es el responsable técnico de la acción. Pescador, adquirió en la práctica el conocimiento que se necesita para revivir el manglar.

«Un día, ví a doña Nalvinha llorando porque las plántulas estaban muriendo», dice Fabio. «Más del 40% no sobrevivió. Investigamos las causas y redujimos esta mortalidad». Es que la semilla tiene que enraizarse en el barro, explica Nalvinha. «Como tiene mucha basura en la parte de abajo, se encuentra con bolsas y botellas y no se mantiene en el suelo. Nuestro trabajo es poner cada una con las propias manos».

De los tres ríos que rodean la comunidad, dos están prácticamente muertos. Con la resiembra, pretenden salvar al menos uno de los cursos de agua y garantizar medios de vida, ya que el 90% de la población local vive de las actividades de pesca o actividades subsecuentes, como la limpieza del sururu. Una de las mayores alegrías de la presidenta de la ONG es redescubrir especies que habían desaparecido de la región, como el cangrejo Uca, también conocido como tijeras. Una muestra de que la naturaleza está respondiendo.

Para garantizar la seguridad alimentaria de los residentes, Saber Viver conduce un proyecto de huertas, con botellas de PET recolectadas que se vuelven pequeñas macetas para plantar en cada casa. Veinte casas ya han sido cubiertas. Una de ellas es la casa de la doméstica Maria José da Silva, de 65 años, que recibió una pared verde de lechuga, cilantro y cebollas de verdeo en el estrecho pasillo del patio trasero. «Dan ganas de cuidar y ver todo crecer», dice. La iniciativa de la ONG incluye la realización de talleres para enseñar a los residentes a mantener los cultivos.

LINDO DE VER
En 2012, Ilha de Deus entró en el circuito turístico de Recife. La comunidad se preparó con el apoyo de un profesor de la universidad y estableció un itinerario que lleva al visitante a observar la recolección de mariscos e incluso a vivir la experiencia de poner la mano en el manglar y retirar los crustáceos. Excursiones en catamarán les permiten visitar el río Capibaribe y las islas del centro, con un trayecto que bordea la Cuenca del Pina y termina con la famosa mariscada servida en Saber Viver.

«Lo más importante no es ni el dinero que queda en la comunidad», dice el residente local Fábio Brito, uno de los guías locales. «Como somos hospitalarios, muchas personas terminan volviendo no solo para visitar sino también para ayudarnos». Para el año 2020, está prevista la finalización de la obra de un museo que mostrará la historia de superación de la comunidad. Una historia de luchas y logros que merecen ser recordadas.

En la esquina izquierda de la foto, se ve solo una mano con los dedos llenos de barro sosteniendo un cangrejo.

Cangrejo Uca es una de las especies que volvieron a ser vistas en el manglar cercano a la isla (Rafael Martins/Believe.Earth)