En 2005, un grupo de 205 monjas católicas se reunieron en la ciudad americana de St. Louis para hablar sobre un tema que las preocupaba: la contaminación del medio ambiente. Provenientes en su mayoría de zonas rurales de los Estados Unidos y después de haber visto de cerca la contaminación de los recursos naturales por las grandes corporaciones, las hermanas de la congregación de Adoratrices de la Sangre de Cristo querían documentar la relación entre la fe y la preservación del planeta, basadas en la idea de que la tierra, fuente de vida y legado para las generaciones futuras, es sagrada. La reunión produjo un «código de ética de la tierra» con nueve puntos que resumen la visión de las monjas sobre el tema. Doce años más tarde, son las tierras de las propias monjas que están amenazadas: un proyecto multimillonario para la construcción de un gasoducto pretende pasar por la propiedad de las Adoratrices, exponiendo a la comunidad y el suelo al riesgo de explosiones y contaminación. Ahora, junto a un grupo de habitantes, luchan en los tribunales – y en el propio terreno, donde construyeron una capilla – para defender lo que consideran sagrado.

La propiedad de las Adoratrices desentona con la aglomeración de grandes avenidas, residencias de una manzana y edificios comerciales del barrio donde se ubica, en Lancaster, en el estado de Pennsylvania. Rodeada por un parque de árboles altos y plantaciones de maíz, las tierras albergan el convento y un asilo administrado por las monjas.

La congregación, fundada en Italia en 1834 y activa en los Estados Unidos desde hace 147 años, es propietaria del terreno desde 1946, cuando «todo era bosque», cuenta la hermana Linda Fischer. «Teníamos un montón de ofertas para vender estas tierras pero nunca quisimos». En 2014, las monjas recibieron la noticia de que su propiedad se encontraba en el camino de un proyecto de 3.000 millones de dólares para la construcción de un gasoducto que sirve para conectar dos líneas ya existentes de transmisión de gas natural. Y que, debido a una ley estatal que permite la expropiación de tierras para el “bien común”, ellas y otros propietarios estarían obligados a aceptar la obra.

Tres señoras con pelo corto y grisáceo, usando lentes, sonriendo, charlando con un hombre de gorro, también mayor, que lleva gafas. Todos parecen estar felices en una agradable conversación.

Monjas conversan con participantes del movimiento contra la construcción del gasoducto durante acto el 16 de octubre (Michael Amoruso/Believe.Earth)

La mayoría de los propietarios de los terrenos que entraron en la ruta del gasoducto ha firmado acuerdos con la empresa Williams, recibiendo, a cambio del uso de la tierra, hasta cantidades mayores que el valor de mercado de sus lotes. Pero las Adoratrices se negaron a escuchar la propuesta de la empresa.

«Para nosotros, es una cuestión de vida», dice la hermana Sara Dwyer. «Estamos viendo que, no solo aquí en América, sino en todo el mundo, las personas sufren para tener agua limpia, para tener una buena tierra para plantar y respirar aire puro. Parece que las corporaciones están empezando a amenazar la dignidad humana y la vida de las personas al retirar los recursos de la tierra que deberían ser de la gente».

No es la primera vez que las Adrotarices se oponen a las decisiones del Estado o de grandes empresas. Desde su fundación, el grupo ha participado en causas sociales y ambientales en los Estados Unidos y varios otros países, como Brasil y Guatemala. «Por ser una comunidad internacional, siempre hemos tenido un fuerte sentido de justicia social y de bien común», dice la hermana Dwyer. «La mayoría de nuestros ministerios en los Estados Unidos y en todo el mundo intenta empoderar, sanar y principalmente fortalecer a las mujeres y niños mediante la educación y servicio social». Actualmente, las Adoratrices están contra de la pena de muerte, a favor de la restricción al porte armas, en pro de de las mujeres y en defensa de los inmigrantes.

La preservación de los recursos naturales es un tema vital para el ejercicio de la fe de las Adoratrices. Desde 2015, cuando el Papa Francisco publicó la encíclica Laudato Si,  sobre el medio ambiente y la necesidad de cuidar de nuestra «casa común», esta también ha sido una preocupación de la iglesia católica. «Parte de la práctica religiosa de las Adoratrices consiste en proteger, preservar y valorar la tierra que tienen, mediante el reconocimiento de la interconexión y la unidad que los seres humanos tienen con la Creación», dice el texto de la demanda legal interpuesta en julio contra la Comisión Federal Reguladora de Energía, la agencia estatal que autorizó a la compañía a construir el gasoducto.

Un edificio de tres pisos, de ladrillo a la vista, imponente. En el techo, en su punto más alto, hay una cruz. En la entrada, una escalera de 10 escalones más o menos da acceso a una puerta principal (la única que aparece en la imagen). El edificio cuenta con un conjunto de 20 ventanas y árboles a su alrededor.

Edificio del convento de las Adoratrices de la Sangre de Cristo en Lancaster, Pennsylvania (Michael Amoruso/Believe.Earth)

Según el abogado de las monjas, J. Dwight Yoder, el permiso viola el Acto de Restauración de Libertad Religiosa, que dice que el gobierno estadounidense no debe imponer una carga para el ejercicio de la religión de sus ciudadanos, a menos que se justifique bien el motivo. «Las monjas sienten fuertemente que sus creencias religiosas están clamando para proteger la tierra que poseen y que el uso de combustibles fósiles está dañando el planeta», dijo Yoder. En septiembre, el juez resolvió que no tenía jurisdicción para resolver el problema, y las monjas van a apelar en instancias superiores.

UNA CAPILLA EN EL CAMINO DEL GASODUCTO
La lucha para impedir la construcción del gasoducto no se limita al ámbito jurídico-  ni al grupo de monjas. En julio de este año, las hermanas construyeron una capilla al aire libre en la parte de su terreno pretendido por Williams. Según el abogado de las Adoratrices, la empresa intentó evitar, en la justicia, que las celebraciones religiosas se mantengan en el lugar, pero perdió la acción. A partir de ahí, la capilla se convirtió en un punto de encuentro y símbolo de la resistencia del movimiento creciente de los pobladores que, junto a las monjas, intentan detener la instalación de tubería de gas.

«[Las Adoratrices] estuvieron contra el gasoducto desde el principio, pero no sabían qué hacer al respecto», dice Malinda Harnish Clatterbuck, educadora y una de las fundadoras de la ONG Lancaster Against Pipelines – LAP (Lancaster contra gasoductos), creada para organizar el movimiento de resistencia al proyecto de energía. «Cuando empezamos a entrar en contacto con todos los residentes que se encontraban en la ruta de la construcción, llegamos a ellas y desarrollamos una relación».

Según Malinda, a pesar de las diferencias religiosas, los residentes y las monjas se dieron cuenta que compartían los mismos valores de preservación de los recursos naturales. “Yo soy pastora menonita y mi marido es profesor de estudios de religión, y nosotros valoramos y respetamos mucho lo que ellas hacen”, cuenta. “Fue un entendimiento inmediato con respecto a la necesidad de preservar esta tierra y nuestros derechos religiosos».

La capilla también se convirtió en un símbolo de convivencia y unidad. Cada semana, las monjas y la comunidad realizan juntos lo que denominan vigilia, una reunión de cerca de 1 hora en el que el grupo lee trechos de libros y canta canciones compuestas por los residentes- la mayoría con letras que mencionan el gasoducto y la compañía Williams.

«Este lugar es sagrado porque venimos aquí cada semana, dos o tres veces a la semana, para venerar la tierra, adorar a Dios», cuenta la hermana George Ann. «Cordialmente invitamos a todas las personas, sin importar su fe o religión, y le pedimos que oren por la tierra. Hemos tenido a la comunidad judía, los menonitas, protestantes, católicos, metodistas. Y nos reunimos porque somos una comunidad, somos una unidad».

La pastora metodista Christine Elliot es un ejemplo de esta comunión. En octubre, vino desde el estado de Massachusetts, solo para participar de una acción contra el oleoducto en la capilla. «Leí sobre esta capilla, que se encuentra en medio de la plantación de maíz y sentí un llamado a participar, a pesar de que vivía muy lejos. Tengo las mismas convicciones que las monjas y la ONG sobre que la Creación es sagrada y que [la construcción del gasoducto] es peligrosa». Para ella, el hecho de que muchas religiones se unan en la capilla es «algo maravilloso», establece. «Es una base espiritual que reúne a la gente, y es eso lo que necesitamos».

Para el profesor jubilado y seguidor de la religión quaker Robert Luwing, participar del movimiento fue como integrar una misión. Residente de Lancaster desde 1967, estaba sacando fotos a la construcción de gasoductos en otras regiones del estado cuando recibió la noticia de que su ciudad iba a ser atravesada por un ducto. “Nunca había pensado que viviría para ver el día en que las líneas de gas nos afectarían aquí en Lancaster”, dice. A pesar de que su propiedad no será alcanzada por el proyecto, se juntó al movimiento por haber visto las consecuencias de las construcciones en otras zonas, y también porque pensó que era correcto hacerlo. “Era uma forma de estar en paz”, afirma. “Tuve el sentimiento de que era una misión y respondí a eso”.

Una bandera roja con la inscripción, en inglés, "ustedes no van a envenenar esta tierra", está clavada en un campo verde frente a una cerca. Atrás, un grupo de cuatro hombres, que visten ropa y casco de seguridad, está hablando.

‘Ustedes no van a envenenar esta tierra’, dice el cartel clavado en las tierras en donde empleados de la empresa Williams, preparan la obra del gasoducto (Michael Amoruso/Believe.Earth)

NEGOCIO DE ALTO RIESGO
Tan pronto como supieron del proyecto del gasoducto, los residentes comenzaron a investigar las consecuencias de tener una de estas instalaciones en el patio trasero y encontraron que el daño era mucho mayor que el estimado. Según la ONG LAP, la zona de riesgo que implica una estructura de un metro de diámetro, como la de Williams, es de 340 metros. Si hubiera una explosión causada por una fuga de gas inflamable, una superficie equivalente a tres campos de fútbol a cada lado del gasoducto podría incinerarse.

De acuerdo con el departamento estadounidense de transporte, el país registró 5.684 incidentes en gasoductos, clasificados como significativos-que implicaron heridos, muertes, fugas o daños materiales por encima de 50.000 dólares-en los últimos 20 años. Da un promedio de 284 por año. Un recuento de la organización estadounidense ProPublica listó 536 muertos, más de 2000 heridos y pérdidas de casi 7.000 millones de dólares involucrados en gasoductos entre 1986 y 2012.

«Tratamos de detener la construcción por todos los sistemas que nos han recomendado», dice Malinda, de la ONG LAP. «Hablamos con los representantes legales, nos dijeron que se trata de una cuestión federal; fuimos con políticos federales, que afirmaron no poder hacer nada porque es una cuestión de reglamentación; buscamos a la Comisión Federal Reguladora de Energía, que aprueba proyectos como este». Según ella, los residentes escribieron 6000 cartas a la comisión explicando las razones para no querer el gasoducto en sus propiedades, pero de nada sirvió.

Uno de los principales argumentos de los residentes es que aunque el gasoducto haya sido enmarcado en la definición de bien público, ganando así el derecho a expropiar propiedades, la instalación tiene como objetivo transportar el gas para exportar. Por lo tanto, no traerá beneficios directos a los ciudadanos de Pennsylvania, o de los Estados Unidos. La compañía confirma que parte del gas se exportará, pero niega que sea el 100%.

Ya la oficina de prensa de la empresa dice no poder estimar la cantidad de producto a ser vendido en el extranjero. Williams también afirma que tiene todos los permisos y licencias para empezar la obra y que devolverá las tierras a los residentes en las mismas condiciones en que fueron entregados.

Aunque el número de propietarios que no han cerrado un acuerdo con la empresa ha disminuido considerablemente, muchos todavía están comprometidos en el movimiento. El día 21 de octubre, tras haber sido determinado por un juez que la compañía podría empezar a cavar el terreno de las monjas, mientras la acción todavía está siendo juzgada, un grupo de cerca de 100 personas se reunió en la capilla para protestar. Hasta ahora, 29 manifestantes fueron arrestados durante actos no violentos que trataron de impedir el inicio de la construcción. Malinda era uno de ellos.

«Siento que enseñé a mis hijos a luchar por lo que ellos creen, sin importar lo que piensen o qué tipo de retroceso tendrán; que tener convicciones y vivir por ellas es importante», dice Malinda. «Espero haberlos animado a ser audaces y valientes frente a la lucha y no desistir».