Una mujer tiene en sus brazos un niño que no ha comido en tres días. Desesperada con el hambre y la falta de perspectiva, está decidida a tirarse delante de un coche que cruza la “caatinga” (zona con vegetación agreste característica del nordeste de Brasil). El conductor es Guido Cavalcanti, profesor y abogado. No hacía mucho tiempo, Guido solo pensaba en conseguir la mayor cantidad de bienes y posiciones en la carrera, en el menor tiempo posible.

La madre con su hijo en su regazo no sabe, pero la cosmovisión del profesor había cambiado unos meses antes de ese incidente, cuando se encontró con un anciano, pasando extrema necesidad en las calles de Recife, capital de Pernambuco. Fue a través de los ojos del hombre en sufrimiento que Guido empezó a cuestionarse la vida basada en posesiones e intereses particulares.

Al día siguiente, llamó a los estudiantes a vivir una experiencia revolucionaria: incluyó como parte de la materia derecho civil de la facultad Estácio la creación de una ONG. Nació allí en 2012, Salve Sertão (el “sertão” es una región agreste y árida del nordeste brasilero), que une teoría y práctica del conocimiento llevando a los alumnos a experimentar y satisfacer las necesidades de poblaciones en situación vulnerable de la zona rural pernambucana. Cada asignatura coopera con servcios de su especialidad-alumnos de derecho ayudan en las demandas legales de los residentes; los de publicidad guían a las cooperativas en cómo vender más.

La primera iniciativa de Salve Sertão fue una festa junina (fiesta popular brasilera) que recaudó  suministros para donar a residentes del municipio de Sertânia, a 300 kilómetros de Recife. La acción sucedió sin mucha logística. Guido juntó las donaciones y comenzó a recorrer la caatinga en busca de gente necesitada. Y entonces vio a la madre con el niño en su regazo.

El profesor frenó el coche y salió, dispuesto a darle todas las 100 cestas básicas que llevaba. «Pero la mujer me dijo que iba a quedarse con solo tres, y que fuese más adelante, porque había otras personas que necesitaban alimentos», dice Guido, hoy con 35 años.

Salve Sertão ya ha realizado más de 40 viajes en casi seis años de existencia, con la participación de 30 a 45 voluntarios por acción. Cada año, se realizan cinco grandes actividades, donde los estudiantes duermen en comunidades y pasan por vivencias con los residentes. «Fue un golpe», dice el universitario Everton Xavier de 23 años de edad, que participa en la ONG hace cuatro años y viajó con el grupo a la ciudad de Custódia, en la zona agreste de Pernambuco. «Me di cuenta de cómo nos preocupamos por las pequeñas cosas».

La ONG también lleva a cabo iniciativas en la región metropolitana de Recife, entregando productos recaudados en cuatro puntos fijos de donaciones en centros universitarios de la ciudad. El proyecto actualmente se incuba en una aceleradora de negocios sociales y recibe no solo a los estudiantes, sino otros voluntarios que saben de la institución a través de internet.

LA RECONEXIÓN CON EL PLANETA
Hace tres años, la vida de Guido dio un giro que resonó en Salve Sertão. Compró una estancia en la ciudad de Jaboatão dos Guararapes y comenzó a estudiar sobre el manejo de la tierra. La primera opción era la agricultura tradicional. “Intenté arado, fertilizante, riego, pero la naturaleza no respondía», cuenta. Entonces surgió el interés por la permacultura, un sistema ecosostenible. «Empecé a observar la interacción de las plantas y el clima y a encontrar formas de respetar el funcionamiento natural de ese medio», afirma. La naturaleza respondió- y la tierra se convirtió en fértil.

Hoy, el profesor combina el ajetreo de la gran ciudad con el silencio del Sitio Piutá y lleva la experiencia del verde a Salve Sertão, que empezó a actuar con educación ambiental. En cada viaje, Guido y los estudiantes enseñan a las comunidades técnicas que preservan el suelo y mejoran el cultivo de alimentos. Y también aprenden, escuchando las experiencias de quienes habitan en la región. Además, la ONG invita a residentes del interior y estudiantes a participar en prácticas de cuatro días en la estancia. Cerca de 120 personas pasaron por la experiencia.

Un hombre, flaco, aparenta más de 70 años, moreno, con barba perilla negra, sombrero marrón/crema con la ala corta. Está con la mirada distante y solo vemos su cara. El fondo está fuera de foco.

El agricultor José Cícero do Nascimento, residente de Manari, en la zona rural pernambucana: hay que cuidar la tierra para que cuide de nosotros (Rafael Martins/Believe.Earth)

José Cícero do Nascimento, agricultor pernambucano de 48 años, conoce la importancia de cuidar la tierra. Él, que lleva las marcas del trabajo pesado para hacer que el suelo árido tenga rendimiento de cultivos, se despierta cada mañana a las 5 horas y tiene el sol en la cabeza hasta la 18:00. «Somos hijos naturales de la tierra», dice José Cícero. «Hay que cuidarla para que nos cuide», explica el agricultor, residente de Sítio Baixas, en la zona rural de Manari.

Manari pasó años padeciendo el peor Índice de Desarrollo Humano Municipal (IDHM) de Brasil. Incluso hoy en día, la ciudad concentra islas de miseria. La región se ubica a 8 horas de distancia de Recife, de donde salieron los voluntarios de Salve Sertão el 21 de octubre, llevando en la maleta el deseo de promover cambios en la vida de una población olvidada por el poder público.

EL  ENCUENTRO
El profesor Guido y los voluntarios llegaron a Sítio Baixas en la tarde y encontraron, en medio de una gran cantidad de hojas secas y tierra colorada, a la pareja de Ronaldo y Joana Henzel, creadores de la ONG Pão é Vida. Él es de Rio Grande do Sul. Ella, de Rio Grande do Norte. Se enamoraron en São Paulo y decidieron recorrer todo Brasil en motorhome. Cuando llegaron a Manari y encontraron a niños que dormían en el suelo y adultos que recorrían kilómetros para encontrar en el agua sucia la única fuente de hidratación, decidieron dar el paso. «Vimos mucha desnutrición y una mortalidad infantil absurda», cuenta Ronaldo. «Nos dimos cuenta de que solo podríamos intentar cambiar esa situación si nos quedábamos».

En Sítio Baixas viven 500 personas de 80 familias. Ronaldo y Joana movilizan voluntarios para realizar servicios médicos y odontológicos. En siete años viviendo en la comunidad, la pareja ayudó a perforar seis pozos artesianos y construir nueve pomares para fructificar el suelo agrietado. Ahora, ambos quieren acabar con el hambre del lugar, con un proyecto que incluye la distribución de plántulas de moringa oleífera, famosa por sus nutrientes, y la creación de un pomar en el patio de cada residente.

Salve Sertão montó un campamento en el salón de un centro ecuménico de Sítio Baixas. Al día siguiente, despertó con los primeros rayos del sol y parte de los jóvenes se ocupó de la organización de la ropa para donar. Una fila estaría formada adelante para que cada residente elija cinco prendas. «La vida aquí es siempre muy difícil», dice el ama de casa Rosicleide Silva, de 30 años. «No hay trabajo ni oportunidades. Cuando estas personas vienen, nos ayudan a mantener nuestra vida».

El grupo comenzó una serie de actividades recreativas con los niños y jóvenes. «Entendemos que las personas necesitan recibir más que donaciones», dice el profesor de educación física Nivaldo Brasil, 27 años, voluntario que conoció la iniciativa por internet hace dos años. «Hay unas ganas de recibir también cariño y atención».

En Manari, Salve Sertão entregó más de 300 cestas básicas y 300 juguetes. Pero mucho más ha sido compartido. «Muchas de estas personas no se perciben como humanos», cree la estudiante de derecho Rafaella Feitosa, 23 años. «Por lo tanto, dejamos el mensaje que todos somos iguales. Aquí, creo que es posible hacer un mundo más justo». Eso es lo que Guido Cavalcanti llamó, muy acertadamente,  revolución de afecto.