La niña de 8 años que vio a su padre siendo decapitado en Irak. El muchachito que era un niño soldado en Kenia y prometió que no mataría a nadie más. Los niños y maestros que sobrevivieron al ataque en el jardín de infantes en Minas Gerais. Algunas personas evitan tomar contacto con esas tragedias. Y hay gente que va a su encuentro, como el paulistano Reinaldo Nascimento, 39 años. Es uno de los fundadores en Brasil de la Associação da Pedagogia de Emergência, una organización que actúa los primeros días después de la ocurrencia de situaciones traumáticas para ayudar a los residentes, en su mayoría niños, a enfrentar las situaciones extremas que han experimentado.

Nacido y criado en las afueras de São Paulo, Reinaldo es educador físico con formación en terapia social en Alemania. Su rutina es viajar a países afectados por conflictos y desastres naturales, tales como Kenia, Irak, Nepal, Haití, Líbano, Ecuador y México. En el equipaje, lleva papel, tijeras y lápices, material de trabajo utilizado en actividades en las que anima a la gente a expresar sentimientos sin tener que hablar de lo que sufrieron. Si quieren, pueden sólo dibujar, escuchar una historia, hacer collages, cantar, bailar.

Reinaldo sueña ahora con trabajar en Brasil. «Es difícil porque, a diferencia de lo que sucede en Irak y Kenya, por ejemplo, la guerra no se ha declarado aquí», dice. «Allí, la gente habla sobre eso. Aquí no. El brasilero cree que no se puede hablar del problema. Todo el mundo tiene que ser superhéroe». En São Paulo, donde vive, Reinaldo habló con Believe.Earth sobre los momentos que marcaron su trabajo y cómo los juegos y el arte hacen que las víctimas recuperen el deseo de que el día amanezca.

El mismo hombre descrito en la foto anterior (negro, de pelo negro, largo con trenzas) está en un círculo con varios niños negros y pardos, que están haciendo una especie de mímica (con la mano derecha se rasca su frente y con la izquierda se rasca la barbilla), observando e imitando al hombre.

Reinaldo en actividad con niños en Nepal, después del terremoto que afectó la región, en 2015 (Reproducción/Archivo Personal)

Believe.Earth (BE) – ¿Cómo fue tu primera misión con niños que han pasado por el trauma?
Reinaldo Nascimento (RN) – Fue en Kenia en 2012, en un campo de refugiados procedentes de países vecinos. Un lugar para 30.000 personas que ya tenía más de 200.000. Acepté la misión pensando en «nada puede ser peor que aquí en Brasil», después de todo, yo nací en una favela. Pero no sabemos nada. Cuando llegué, fue aterrador. Mucho más difícil que en la favela. Fue ahí que entendí qué es la vulnerabilidad. He visto niños abandonados por completo. Semanas sin bañarse, sin ningún cuidado. Todo lo que podía pensar era cuál sería su futuro. Recuerdo a un niño que llevó la misma camiseta de Neymar todo el tiempo que estuve allí, de 15 a 20 días. La situación era desesperante. La sequía no pasaba, las guerras en la región sólo empeoraban, dentro del propio campo había violencia, abuso sexual…

BE – ¿Y cómo reaccionaste?
RN – Fue muy difícil. Muy. Había un chico que quería que lo adoptara. Había sido un niño soldado y prometía no matar a nadie más. Comencé a replantear mi vida entera; cosas como «por qué tengo dos radios». Por otra parte, me sentí honrado y agradecido por la oportunidad de estar allí con estos niños y ver que bromas, juegos y actividades realmente podían ayudarlos a salir de esa situación traumática y disfrutar la infancia, aunque fuera de esa manera.

BE – ¿Qué otros momentos te marcaron?
RN – Nunca me voy a olvidar de una niña de 8 años que atendí en el Kurdistán iraquí, que había visto al padre ser decapitado. Al principio, mostró una gran resistencia para interactuar. Sin embargo, cuando decidió entrar en una rueda que estábamos haciendo, comenzó a participar. Después de media hora, pidió para cantar. Claramente pude ver su cara apareciendo, la rigidez yéndose. También había un niño en el Líbano que era difícil. Un día, pensé: «Voy a cuidar de ese niño». Y una de las cosas que hice fue empezar a masajear su hombro- y se fue relajando. Al otro día, me pidió más y prometió que se comportaría. Respondí que él podía hacer lo que quisiera. Pronto comenzó a participar en los juegos.

BE – ¿Hay alguna actividad que funciona bien con los niños que han experimentado cierta situación, pero no es efectiva con otros?
RN –
 Puede sonar extraño, pero para mí, el mejor de los casos es cuando los niños y adolescentes comienzan a decir que mis juegos son aburridos. Me quedo contento, porque sé que los suyos siempre serán más divertidos. Pero, al estar inmersos en mucho trauma, no logran jugar. Generalmente, después de cuatro días, empiezan a quejarse de lo que propongo y sugieren ideas. Al final, aprendo mucho. Sus juegos son mucho más curativos, porque, en lugar de hablar de la guerra, cuentan que su papá les enseñó una cama de gato, por ejemplo, que es un juego con una cuerda. Ellos mismos van reencontrando lo que necesitan, lo que tiene sentido para ellos, para lidiar con el trauma y ser capaces de mirar hacia adelante.

El mismo hombre negro descrito anteriormente está a la izquierda en la imagen, apoyado con el codo izquierdo en el hombro de un joven blanco y delgado, lleva camisa estampada azul y pantalones jeans. Este mismo hombre está haciendo el mismo gesto, apoyando el codo sobre el hombro de otro adolescente que lleva la camiseta del equipo de Qatar. Este adolescente también apoya el codo en el hombro de otro joven, que viste pantalones jeans y camiseta negra. Este apoya el codo en el hombro del último joven que aparece en la fila, de brazos cruzados. Todos tienen la misma altura y en el fondo aparecen pequeñas casas y carpas blancas.

Reinaldo con jóvenes del Kurdistán iraquí: a menudo, los niños y adolescentes se resisten a las actividades, pero luego se involucran (Reproducción/Archivo Personal)

BE – ¿Por qué crees que los juegos pueden funcionar mejor que una conversación sobre los traumas vividos?
RN – Para algunas personas, hablar del trauma significar traumatizarse otra vez. Vemos niños que quieren jugar a matar a otros y nos damos cuenta de que eso no está haciéndoles bien, porque están experimentando lo que presenciaron. Cuando veo a un niño que solo dibuja violencia, por ejemplo, comienzo a hacer preguntas como «¿tú no me habías contado que vivías en una montaña?», «¿tu padre no criaba vacas?». Y enseguida los dibujos empiezan a cambiar.

BE – ¿Pero eso no sería como pretender tapar el sol con un dedo?
RN – De ninguna manera. El niño no está hablando acerca de lo que vivió, pero se expresa a través de otros medios, tales como música, arte, deporte. Bernd Ruf [profesor alemán de Pedagogía de Emergencia] dice que si la tensión no se disipa, el proceso de cicatrización se ve dificultado. Entonces, cuando el niño se expresa a través del arte, la herida todavía está allí, pero la tensión va saliendo. Mientras recortan y pegan, pueden hablar si quisieran. Y a menudo hablan, porque se sienten valorados, porque alguien está donando su tiempo para ellos. Pero nada se impone. Y pronto se ven resultados. Los padres cuentan que los niños están durmiendo mejor, por ejemplo.

BE – Los educadores con quienes trabajaron después de un terremoto en México dijeron, en un video, que tenían menos pesadillas. ¿Cuál es la influencia de estas acciones pedagógicas en el sueño?
RN – El resultado de un trauma es la falta de ritmo. El cuerpo es desritmado porque uno no tiene que despertar temprano, no tiene trabajo, no tiene escuela, no hay necesidad de dormir a cierta hora porque no sabe lo que va a pasar al día siguiente. Enseguida en nuestro primer día de trabajo con estos grupos, se explica el cronograma de lo que está programado para la semana.
Reanudamos una rutina. También enseñamos una canción, y muchos cuentan que, en lugar de pensar sobre la tragedia en la noche, están adornando la letra de la canción. Además, para las personas que ven peligro en todo, a causa del trauma, entrar en un lugar seguro los hace apagar la alarma interna.

El hombre de negro (descrito anteriormente, con el pelo largo, negro y atado, con trenzas) está sentado en un murito encima de un césped verde. En el fondo, una pantalla que muestra a niños (en formato de dibujo infantil), con pelo naranja, negro y amarillo.

Reinaldo en la Asociación Comunitaria Monte Azul, donde estudió y enseñó, en la periferia de São Paulo (Junior Sá/Believe.Earth)

BE – ¿Cómo te das cuenta de que las víctimas están en un estado de alarma, de trauma?
RN – Varía enormemente. Una cosa común es que los niños, incluso los muy pequeños, hacen dibujos en que aparecen sin las manos. Esto es un reflejo de cómo se sienten incapaces, cómo sólo escuchan, «quédate ahí sentado». Vi esto en la Rocinha (favela conocida como la más grande de Brasil), por ejemplo.

BE – ¿Por qué en Pedagogía de Emergencia la acción idealmente tiene que suceder entre cuatro y ocho semanas después del trauma?
RN – Porque esta herida, cuando no es curada, solo está cubierta con una gasa. Y no se puede ir allí y tirar con todo. Va a doler, salirse la piel. Es un proceso que demora y es complicado. En Nepal, la mayoría de los niños solo necesitaban de ritmo después del terremoto. Pero en la Rocinha, el trauma dura años, a veces décadas, porque viene de los padres, de los abuelos. Generaciones diciendo «en mi época era peor y hoy estoy aquí». Generaciones de trauma no curado.

BE – ¿Esto tiene relación con tu infancia?
RN – Un poco. A los 11 años, cuando vivía en Jardim Ângela [zona sur de São Paulo] presencié un asesinato delante de mí, pero nadie me preguntó si estaba bien. Solo me dijeron que no comentara nada. Esto sucede con muchos niños. Y todo empeora, porque la violencia viene a menudo de quienes deben protegernos: los padres, la policía.

BE – ¿Es más difícil para ti trabajar en Brasil?
RN – Sí, pero ese es mi sueño. En Brasil es difícil porque, a diferencia de lo que sucede en Irak y Kenya, por ejemplo, la guerra no está declarada. Allí, la gente habla sobre eso. Aquí no. El brasilero cree que no se puede hablar del problema, porque de lo contrario le dirían débil, flojo. Todo el mundo tiene que ser superhéroe, eso es lo más doloroso. En las favelas de Brasil, la situación no es más de emergencia porque esta violencia persiste desde hace mucho tiempo. Son heridas muy viejas.

El mismo hombre negro descrito arriba está en medio de varios niños que se amontonan para hablar con él. A su lado, una mujer blanca que lleva un velo en la cabeza. El piso es de tierra colorada y piedras.

Comienzo de una intervención de Pedagogía de Emergencia en la Franja de Gaza, en 2014 (Reproducción/Archivo Personal)

BE – ¿Cómo fue en Janaúba, en Minas Gerais, donde el guardia incendió el jardín de infantes?
RN – Logramos hablar con todo el mundo. Pero es muy triste. La historia dejó de salir en los periódicos, pero los niños que sobrevivieron, las familias que perdieron a sus hijos, las educadoras todavía necesitan ser cuidadas. Muchos todavía viven en el odio, pero algunos, de a poco, están empezando a decir el nombre del guardia y no sólo «el asesino». Ayuda a entender lo que pasó. Otro problema que vi allí es que mucha gente donó juguetes, comida. Eso es genial, pero no es suficiente. Hicimos un trabajo terapéutico con cada uno y fuimos invitados por la directora para volver. Tan pronto como recaudemos fondos, mediante financiación colectiva, vamos a volver.   

BE – ¿Cómo enfrentas esta carga emocional durante las intervenciones?
RN – Está claro que muchas historias me dejan en shock, me sacan el sueño. Pero veo que nuestras actividades dan a estos niños una razón para que quieran que amanezca. Ver niños pequeños y aún jóvenes, que muchas veces son olvidados, interesados en los dibujos, collages… Es muy fuerte darse cuenta cómo este momento de paz es algo fundamental para ellos. Al final de cuentas, se trata de reanudar la confianza en el otro.

BE – ¿A pesar de las dificultades, hay momentos divertidos?
RN – Con los niños siempre es así, ¿no? Me río cuando voy al Kurdistán iraquí y los niños creen que hablo con fluidez, por saber un poco kurdo. Hablan normalmente conmigo, como si estuviese entendiéndolo todo. Y suelo demorar un tiempo para convencerlos de que no estoy siguiendo nada. También he necesitado un tiempo para convencer a niños y adultos en algunos países que no soy el [jugador de fútbol] Ronaldinho Gaúcho. Digo: «Pero yo no soy un jugador. Mi nombre es Reinaldo». Y ellos responden: “Ah, claro, dale dame un autógrafo” Y a veces, mismo, les tengo que dar.