Un grafitero con alma de artesano. Así podríamos describir, de forma simplificada, al líder comunitario Alessandro dos Santos, 41 años. Originario de Januária (Minas Gerais), ciudad a orillas del río San Francisco famoso por las cachaças y las cabezas de madera con las que equipaban los barcos, emigró con la familia a Vila Nova Jaguaré, en la periferia de São Paulo, en la década de los 90, cuando era adolescente. Sin mucho estudio, pero con muchas ganas, creó, en 2013, el espacio cultural Canto da Arte (Rincón del Arte), un punto de convivencia para los residentes que ofrece, en una región que sufre la crónica ausencia del Estado, cultura, deporte y, sobre todo, la esperanza de un futuro mejor.

De su padre carpintero, Alessandro heredó el talento para las artes manuales. En la jungla de cemento, la vocación tomó forma y color en la más urbana de las artes, el grafiti. En los alrededores de la periferia y bajo la cultura del hip-hop, cambió el nombre que le dieron por un apodo: Box.

DE HACER PINTADAS A GRAFITEAR
Del aterrizaje en São Paulo hasta la fundación de Canto da Arte, la vida de Box atravesó senderos tortuosos. Siendo todavía adolescente, decidió unirse a una pandilla que hacía pintadas, lo cual lo llevó a ser detenido en más de una ocasión. Y tuvo que prestar servicio comunitario pintando muros de escuelas públicas. Allí, se dio cuenta de que podría, con las mismas pinturas en spray que usaba, repintar su historia trabajando con grafiti.

En 2013, ya como grafitero, decidió enseñar a los niños de la comunidad donde siempre vivió, el arte que cambió su vida. Y resolvió hacer eso de una manera audaz. Como no había un espacio físico para los talleres de grafiti, ocupó un edificio abandonado de la prefectura de la ciudad que, años antes, albergaba un centro de inclusión digital, pero, en aquel momento, era un punto de prostitución y tráfico. “Entramos sin permiso, pues el espacio estaba completamente abandonado”, cuenta. “La primera vez que puse un pie en ese edificio, ya tuve el presentimiento de que íbamos a hacer algo bueno por la comunidad”.

En los primeros años, Canto da Arte contó con el apoyo de un grafitero famoso, Rui Amaral – autor, por ejemplo, de los grafitis que ilustran el túnel que conecta las avenidas Paulista y Dr. Arnaldo, el llamado “agujero de la Paulista”. Además de donar el material para los cursos, Amaral se dispuso a dar talleres de grafiti a los niños de Vila Nova Jaguaré. Luego vinieron otros cursos, de capoeira, muay thai, teatro y hip-hop. Son actividades que ocupan Canto da Arte de lunes a lunes y que llegan a reunir a 40 estudiantes en una sola clase. Todo dictado voluntariamente por personas que creen en el proyecto.

Es un error pensar, sin embargo, que son los cursos los que más atraen personas al espacio. Con la falta de opciones de ocio y convivencia en el barrio, la sede de Canto da Arte, con paredes coloridas, césped bien cuidado (trabajo del propio Box), árboles y un playground, con juguetes funcionando, representa un factor de atracción para la comunidad. “La demanda no es tanto por las clases, sino por el espacio, que ofrece tranquilidad y la posibilidad de confraternizar”, explica Aline Soto, esposa de Box y corresponsable del proyecto. “Es común que los residentes vengan aquí para tomar sol y disfrutar del área de recreación y el verde”.

La foto muestra a un grupo de jóvenes haciendo una coreografía de baile, en una sala grande. En la pared del fondo, un grafiti con la imagen de un hombre negro.

En una región marcada por la ausencia crónica del Estado, Canto da Arte ofrece clases de baile, capoeira, grafiti y muay tailandés (Rodrigo Elizeu/Believe.Earth)

Incluso aquellos que no son de la comunidad reconocen la importancia del proyecto. “Canto da Arte da un sentido de pertenencia”, afirma el terapeuta ocupacional Rogério Oliveira, agente de la prefectura de la ciudad. “Los residentes se sienten dueños del espacio y lo valoran. Esto fortalece y legitima cualquier iniciativa realizada allí”, dice Rogerio, que utiliza el espacio diariamente para realizar su trabajo de orientación y terapia con un grupo de residentes. Rogério podría dar las mismas sesiones en una unidad del CEU (Centro Educativo Unificado) a pocos metros de Canto da Arte. Pero prefiere usar la sede del proyecto. “Aquí se sienten como en casa”, dice.

APOYO PARA CRECER
Con el espíritu inquieto de un emprendedor que está siempre pensando en el siguiente paso, Box camina a través del espacio de la sede y señala, orgulloso, una construcción inacabada, ladrillos aparentes y barrotes de madera apoyados en las paredes. “Estamos ampliando el área del proyecto”, cuenta.

Los recursos para la construcción – así como la cantidad de fondos utilizados para pagar gastos como agua y energía – vienen de ferias organizadas con donaciones de los residentes. Pero la mayor parte del trabajo de construcción, pintura y otros servicios que tendrían costos, es hecha por Box y voluntarios de la comunidad.

Entre una frase y otra de la entrevista con el equipo de Believe.Earth, guiaba a compañeros sobre la reparación de un cableado eléctrico y la siguiente fila de ladrillos a ser colocada en una pared. “Nosotros mismos hacemos la mayor parte de la construcción”, afirma. “Así el dinero rinde”.

Un apoyo importante llegó a mediados del año pasado, cuando Canto da Arte recibió la suma de unos 20.000 reales (unos 5.700 dólares), de la Fundación Fenómenos, del exjugador de fútbol Ronaldo Nazário. Además de solventar los costos de la ampliación del espacio, los recursos fueron utilizados para la compra de equipo para el gimnasio y bicicletas que, en breve, serán alquiladas a los residentes de Vila Nova Jaguaré a precios simbólicos. Es una manera de fomentar el uso responsable y recaudar algo de dinero. “Hoy en día, los niños locales del barrio van hasta el parque Villa Lobos [a unos 2 kilómetros de distancia] para alquilar bicicletas. Pronto, podrán alquilar aquí mismo, pagando menos”, explica Box. La Fundación ha apoyado a Canto da Arte con otro activo importante: mentoría para obtener nuevos patrocinios.

Imagen aérea de un barrio de la periferia, con casas pequeñas de ladrillo a la vista, muy juntas una con otra, en un morro. En el centro de la imagen aparece un pequeño galpón con grafitis en la pared. En frente, una pequeña calle con coches.

En medio del monocromático marrón rojizo de las casas de la periferia, la sede del proyecto ofrece colores, vida y alegría (Rodrigo Elizeu/Believe.Earth)

Poco a poco, el proyecto que se inició con la ocupación de un edificio camina rumbo a la profesionalización, un paso decisivo hacia la sostenibilidad. Box, Aline y Vaneza Gonçalves Amorim, también responsable de Canto da Arte, mantienen los pies en el suelo, aunque la cabeza sueñe alto. Para ellos, aún más importante que los recursos financieros es la posibilidad de ofrecer un futuro mejor para la comunidad y, sobre todo, para los niños de Vila Nova Jaguaré. “Si no creyese, no estaría aquí todos los días”, dice Aline. “Quiero que mis hijos entiendan la importancia de lo que estoy haciendo y busquen las oportunidades que no tuve”, afirma Box. “El dinero, sí, es fundamental. Pero lo más importante es la esperanza y el trabajo”.