“No podemos quedarnos atrás en una revolución que se está produciendo en el mundo, porque Brasil es un actor con un grandísimo potencial”. La frase, del economista Bernardo Silva, presidente de la Asociación Brasileña de Biotecnología Industrial (ABBI), se refiere a la bioeconomía avanzada. El concepto abarca una gama de procesos productivos nuevos y sostenibles, que emplean tecnología de vanguardia, y se diferencian de las prácticas que aún caracterizan a la mayor parte de las industrias.

Para Silva, Brasil es un actor importante debido a la disponibilidad, diversidad y bajo coste de biomasa de segunda generación (que no compite con alimentos): “Tenemos un presal bio”, afirma. “Nuestra biodiversidad es fantástica y el coste de esta biomasa es el menor del mundo, por eso, hay grandes ventajas para nuestra industria”. Y destaca algunos sectores que están experimentando con la bioeconomía avanzada en el país, como el de combustibles, química, papel y celulosa, nutrición animal, bebidas, y cosméticos.

Además de generar sostenibilidad y eficiencia industrial, el horizonte de la bioeconomía avanzada brasileña es prometedor: ABBI calcula que, en los próximos 20 años, Brasil podría tener 120 biorefinerías – industrias que pueden usar biomasa para producir biocombustibles, bioquímicos y otros bioproductos con alto valor añadido –, lo cual generaría alrededor de 400.000 millones de dólares en inversiones y un aumento de 160.000 millones de dólares en el PIB, teniendo en cuenta tanto los efectos directos como los indirectos en la economía. Hoy en día en Brasil hay refinerías con estas características en el estado de São Paulo (una en Brotas y otra en Piracicaba) y en el de Alagoas (en São Miguel).

CONSUMIDORES
Además de las cifras, hay una apuesta por la conciencia gradual del consumidor a la hora de elegir productos con menos impacto ambiental y con características diferenciadas. “Hay que mirar más allá del valor nominal del producto y entender también el valor de sus externalidades. El consumidor debe pensar en el coste social y ambiental al elegir, por ejemplo, entre usar gasolina o etanol, o al decidirse por un detergente que permite un menor consumo de agua”.

Silva subraya que no solo el consumidor “persona física” debe ser consciente: “Una empresa de alimentos y bebidas, por ejemplo, debería utilizar obligatoriamente envases y botellas biodegradables, cuyo ciclo de vida tenga el menor impacto ambiental posible. No podemos seguir produciendo ni consumiendo productos de la manera tradicional”.

Orilla de un río o un lago llena de botellas de vidrio y plástico. Hay algunas plantas en medio de la basura acumulada. Al fondo, una franja de agua azul.

Cada año se vierten al mar 8 millones de toneladas de plástico. Este número se reduciría si las empresas usaran botellas biodegradables o retornables (Imagen: Pixabay)

POLÍTICAS PÚBLICAS Y TECNOLOGÍA
Las políticas públicas son fundamentales en este proceso. Por eso, Bernardo Silva celebra la Política Nacional de Biocombustibles (RenovaBio), ley aprobada por el gobierno federal en diciembre de 2017. Destaca, sin embargo, la necesidad de establecer metas ambiciosas en cuanto a la descarbonización del sector y a avanzar en el proceso de fijación de precios de carbono en otros sectores importantes. Este modelo atribuye un valor a las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de las empresas.

“La fijación de precios es necesaria para que se dé un ajuste”, afirma Silva. “No hay equilibrio. Los dos lados [empresas de bioeconomía avanzada y empresas tradicionales] deben competir en pie de igualdad”. Además, la bioindustria no solo previene el calentamiento global sustituyendo combustibles fósiles por biocombustibles: según datos de WWF, el uso de biotecnología industrial también aumenta la eficiencia en el uso de insumos industriales; la sustitución de materiales de base fósil y la construcción de una economía circular evitaría la emisión de hasta 2.500 millones de toneladas de carbono, equivalente a lo que Brasil emite cada año.

La innovación es otro gran aliado de la bioeconomía avanzada, puesto que el proceso es cada vez más viable tecnológica y económicamente gracias al uso de big data, alta capacidad de procesamiento y análisis de datos, supervisión de procesos, materiales avanzados y nanotecnología – componentes de la industria 4.0.

“La biotecnología industrial posibilita hacer más con menos. Se puede triplicar la productividad de una planta de etanol, por ejemplo, utilizando la energía generada a partir de la caña de azúcar como biomasa para fabricar etanol de segunda generación (también conocido como celulósico)”, señala Silva. Datos recogidos por ABBI muestran, asimismo, que el etanol de segunda generación reduce en más de un 91% las emisiones de gases de efecto invernadero y en más de un 40% el uso de tierra necesaria para producir la misma cantidad de biocombustibles tradicionales.

PREMIO
Para potenciar ideas innovadoras en esta “economía verde”, Silva destaca el Premio Brasil Bioeconomía de ABBI que pretende dar visibilidad a proyectos inéditos de empresas emergentes, pequeñas y grandes empresas, que traigan innovación a la bioeconomía avanzada brasileña, uniendo viabilidad económica y desarrollo sostenible. Los vencedores serán anunciados el día 26 de julio en el I Foro Brasil Bioeconomía, en São Paulo.

Silva adelanta que, en el Foro, uno de los temas de discusión será el estado actual y el tamaño potencial del ecosistema de la bioeconomía avanzada en el país. “Hoy es todavía difícil estimar estos valores ya que seguimos confundiendo lo que es una bioeconomía tradicional y una avanzada, además de que hay pocas mediciones y fuentes de información sobre quién está produciendo y el qué”, afirma.

Las inscripciones para el premio van hasta el 1 de julio, a través de la página web www.bioeconomia.com.br. El premio cuenta con el apoyo del Consejo de Información sobre Biotecnología (CIB)