La agricultura familiar, realizada por pequeños productores en áreas de menos de 5 hectáreas, es responsable del 80% de los alimentos consumidos en el mundo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Disminuyendo la desigualdad de género en las regiones donde viven estos campesinos, es posible aumentar la productividad y reducir la deforestación y el hambre en los países pobres. Como consecuencia, es posible tirar abajo las emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera hasta el año 2050 en más de 2,1 gigatoneladas (1 gigatonelada es equivalente a 1 millón de toneladas).

Esta es una de las conclusiones de los científicos que formaron parte del proyecto Drawdown: the most comprehensive plan ever proposed to reverse global warming (Drawdown: el plan más completo jamás propuesto para revertir el cambio climático, en traducción libre), organizado y publicado en libro por el ecologista Paul Hawken. Según el autor, para alimentar 9700 millones de personas en el planeta – población estimada por la ONU para 2050 – es indispensable aumentar la productividad de la tierra cultivada. Y parte de la solución a este problema está en manos de las mujeres: los países con más igualdad entre los géneros tienen en promedio las mayores cosechas de cereales.

En las zonas más pobres del planeta, las mujeres son responsables del 60% al 80% de la producción agrícola, cultivando pequeñas chacras, sembrando y criando animales. Pero generalmente no trabajan en las mismas condiciones que los hombres: tienen menos acceso a educación, a técnicas agrícolas, equipos y crédito. En África, por ejemplo, las mujeres poseen solo el 1% de las tierras agrícolas y tienen acceso a menos del 10% de los créditos ofrecidos a los pequeños productores, según datos de la Organización Internacional del Trabajo. En algunos casos, incluso no pueden ser propietarias de la tierra- y se vuelven dependientes del marido o de los hombres de la familia.

Una señora, de frente a la cámara en ángulo ligeramente picado, sujeta hacia el lado izquierdo de su cuerpo un cesto trenzado de mimbre, que ocupa el lado derecho de la foto. El cesto está inclinado hacia delante, de manera que se puede ver su contenido, un montón de judías verdes. La señora tiene pelo liso canoso, recogido, piel morena, y viste una falda vainilla y un jersey de manga larga con rayas de colores. Las mangas son rojas. En la muñeca izquierda lleva un reloj de pulsera negra.

En Paraíba, Maria Izabel Rocha cultiva y prepara plantas medicinales que mejoran la salud de quien vive lejos de los hospitales (Difusión / Actionaid)

En países donde se dispone de datos de tenencia de la tierra por género, sólo del 10 al 20% de la tierra pertenece legalmente a las mujeres. Incluso en esos casos, es común que no tengan autonomía o garantía sobre el pedazo de tierra en el cual producen. En Brasil, sólo el 5% de las propiedades rurales están a nombre de las propietarias, según una encuesta de la ONG Oxfam Brasil.

Facilitar el acceso de las mujeres a la tierra ayuda a reducir la desigualdad. Pero también es importante asegurarse de que este grupo haya recibido capacitación, recursos, equipos y crédito. «En Brasil, el movimiento agroecológico busca fortalecer la agricultura familiar, sostenible y resiliente al clima», explica Ana Paula Ferreira, coordinadora de Derecho de las Mujeres de la ONG ActionAid en Brasil. «Y sin feminismo no hay ecología». De acuerdo con Ana Paula, «la agricultura familiar es responsable del 70% de los alimentos que van a la mesa de los brasileros». Ya la agroindustria produce commodities, cultivos para la exportación y también ración para el ganado.

En 2016, 27 mil mujeres participaron en cursos de capacitación para el cultivo agroecológico desarrollados con el apoyo de ActionAid. Entre ellos estaban Ilaete y Sandra dos Reis, madre e hija, que administran una huerta en la en la zona rural de Pernambuco y venden el excedente. Un estudio realizado por la FAO ha calculado que si todas las mujeres tuvieran el mismo acceso que los hombres a los recursos, podrían aumentar su producción en hasta un 30%. Esto equivale a un crecimiento de entre 2,5% y 4% de toda la producción agrícola en las naciones más pobres, lo suficiente para reducir el número de personas desnutridas en el planeta hasta en un 17%.

En otras palabras, reducir la desigualdad de género en la agricultura familiar en los países pobres puede significar menos de 150 millones de personas hambrientas en el planeta. Aumentando la productividad de la tierra, también es posible reducir la presión de la deforestación.

En el extremo superior izquierdo está el título “Mujeres superpoderosas”, en mayúsculas, y el subtítulo “Cómo utilizan el dinero que tienen para aumentar la producción e invertir en la comunidad”, en letra negra sobre fondo blanco. Debajo, dos gráficos circulares, cada uno con la ilustración de una persona sujetando un saco de dinero. En el gráfico de la izquierda la ilustración corresponde a una mujer y, en el pedazo mayor de la tarta, de color verde, se lee “El 90% de los recursos va para educación, salud, alimentación de la familia y gastos con la comunidad”. En el pedazo menor de la tarta, rojo, está escrito “El 10% va para otros gastos”. En el gráfico de la derecha, la ilustración de un hombre y en el pedazo mayor de la tarta, de fondo verde, se lee “El 60% va para otros gastos. En el pedazo menor, de fondo rojo, se lee “El 40% de los recursos va para educación, salud, alimentación de la familia y gastos con la comunidad”. Debajo de los dos gráficos circulares hay un pequeño infográfico de secuencia, con los siguientes textos, en esferas consecutivas, de izquierda a derecha: “Más crédito para ellas”; “Aumento del 30% en la producción”; “Menos deforestación, 150 millones de personas menos con hambre, más comida”, “Menos 2,1 gigatoneladas de CO2 en la atmósfera hasta 2050”. En el extremo inferior derecho de la ilustración están los créditos, en letra negra pequeña: Arte: Bruno Gomes de Andrade/Believe.Earth; Fuente: Livro Drawdown: The Most Comprehensive Plan Ever Proposed to Reverse Global Warming. Paul Hawken, Penguin Books (2017).

 

LA LUCHA DE LAS MUJERES EN PARAÍBA
En el interior de Paraíba, María Leonia Soares da Silva, Leia, ayuda a los agricultores a empoderarse y mejorar las condiciones de vida de sus familias. Leia concilia el compromiso con la causa y su trabajo como agricultora, además de la función de presidente del sindicato de los trabajadores rurales del municipio de Massaranduba. La institución organiza reuniones entre los productores de los municipios cercanos para que intercambien experiencias y se inspiren mutuamente.

Fue en una de esas reuniones, en 2003, que Leia, entonces trabajando en la parte administrativa de la institución tomó conocimiento de lo que ella llama «invisibilidad de las mujeres». La propia invisibilidad, inclusive. «A veces, la mujer va al sindicato y dice que ‘ayuda’ al marido en el campo, cuando, en verdad, trabaja como granjera, se encarga de su familia, de la educación de los niños, del cepillado de la tierra, del cultivo de plantas alrededor de la casa… Ella tiene un montón de trabajo, pero este trabajo es invisible», dice.

A partir de ahí, Leia comenzó a involucrarse cada vez más en la coordinación de las actividades, en los proyectos de capacitación y en las campañas para erradicar la violencia contra las mujeres. En otras palabras, pasó a ocupar un espacio más grande que el entorno familiar al cual la mayoría de las mujeres quedan restringidas.

En el centro de la foto, una mujer, de la mitad del abdomen hacia arriba, girada levemente hacia la derecha de la foto, habla por un micrófono. Sujeta el micrófono con la mano izquierda y dobla el brazo derecho hacia arriba, con el puño cerrado. La mujer tiene piel negra, pelo liso oscuro a la altura de los hombros, y viste una camiseta de manga corta, estampada de varios colores. Lleva un reloj de pulsera negra en la muñeca izquierda. En el muñeca derecha lleva un pañuelo morado amarrado con un nudo. Al fondo, un telón amarillo con la ilustración de una ventana abierta en la que aparecen los rostros de trabajadoras y trabajadores.

La agricultora Leia trabaja en proyectos de empoderamiento femenino organizados en colaboración con ActionAid y la Asociación para la Agricultura Familiar y Agroecología (Difusión/ASPTA)

“Iba a las reuniones y encontraba a otras mujeres que habían salido de ese aislamiento interno. Volvía a mi municipio fortalecida para hacer frente a los conflictos, la renuencia de algunos hombres a mi participación en la organización del sindicato. Cuando llamaba a otras agricultoras a las reuniones, también enfrentaban resistencia, a veces de su propio marido”, dice Leia.

Hoy, en los 14 municipios que conforman el Polo da Borborema – asociación de sindicatos de trabajadores rurales y organizaciones de agricultura familiar en el Agreste de Paraíba – hay ya 6000 mujeres participando de este movimiento, saliendo de la invisibilidad y fortaleciendo el movimiento agroecológico. «Ellas se apoyan hasta para denunciar y combatir la violencia contra la mujer, que antes ni siquiera salía a la luz», añade Lee.

Entre las iniciativas de los órganos que actúan en la región está el programa P1+2, que permite la instalación doméstica de un tanque de tamaño suficiente para permitir la producción vegetal y animal. Para participar, es necesario registrarse en el programa y hacer reuniones de capacitación y formación. «Después de este paso, empiezan a organizarse para llevar sus productos a las ferias agroecológicas, donde pasan a ganar su propio dinero. Con estos ingresos, mejoran las condiciones de vida de la familia».