Nieto de pescadores, Felipe Brito, 25 años, heredó la pasión familiar por el mar. Aprendió de su padre cómo bucear y dijo no a las invitaciones para jugar a la pelota con sus amigos para descubrir las bellezas de la región donde nació, la Isla de Itaparica, en Bahía.

Felipe creció escuchando que allí era «la tierra del ya hubo». Es que los recursos naturales, la historia y la cultura de la isla, la más grande de la Bahía de Todos los Santos, sufren desde hace tiempo con la degradación ambiental y social. Pero él nunca aceptó que las glorias de Itaparica se quedaran sólo en el pasado.

En el año 2015, renunció a una empresa de telecomunicaciones en Pernambuco, donde era responsable de gestionar redes de fibra óptica en el estado, porque «estaba lejos de todo lo que amaba», dice. «Lejos de mi familia, del contacto con la naturaleza, la Isla de Itaparica». El dinero del despido fue invertido en equipamiento de fotografía y cine, incluyendo una cámara subacuática que le permitiría revelar al mundo el mar de su infancia.

Imagen aérea de una isla que avanza por el océano. Hay muchas casas, áreas verdes y una franja de arena en la parte de adelante.

La Isla de Itaparica tiene 239 kilómetros cuadrados y alberga una comunidad de 55.000 personas (Gabriel Teixeira/Believe.Earth)

RED DE ENCUENTROS
Cuando el barco empezó a salir para hacer registros en la bahía, Felipe pronto llamó la atención de amigos que comenzaron a ayudar como podían, desde dinero para  combustible hasta ayuda en cinegrafia. Eran en aquel momento un grupo de 12 jóvenes – y un ideal, el movimiento socioambiental Maré de Março (Marea de Marzo).

El material audiovisual sirvió para la elaboración de itinerarios de ecoturismo, con informaciones sobre rutas y lugares para practicar deportes, que se convirtieron en un mapa con puntos de interés de la Bahía de Todos los Santos, actualmente disponible en el portal colaborativo Itaparica.net. «El objetivo nunca fue vender paquetes», afirma  Felipe. «Lo que queremos es alentar a nuestros coterráneos a ver el potencial de Itaparica y estimular el emprendedurismo comunitario».

Para ello, el activista visita regularmente asociaciones de pescadores, marisqueros y artesanos para compartir sugerencias que mejoren el trabajo y rescaten la autoestima de las comunidades. «Maré de Março me hizo abrir los ojos hacia la realidad”, dice Isabele Alcântara, voluntaria del proyecto. «Ahora, con 26 años, soy consciente de lo mucho que debemos conservar el planeta».

El movimiento no tiene ninguna financiación pública ni sede propia. La improvisación le da un carácter menos institucionalizado y más afectivo. «No queremos ser una ONG con cara de una empresa ni una empresa con cara de ONG», afirma Felipe. «Somos una red de encuentros».

Uno de los trabajos más significativos de Maré de Março es el que está en desarrollo en la Ilha do Medo (Isla del Miedo), una de las 56 que conforman el archipiélago. Reconocida como estación ecológica desde 1991, la isla, llamada así por los portugueses en razón de los numerosos conflictos sangrientos que ocurrieron en el lugar involucrando a los nativos, los indios Tupinambás, viene padeciendo un grave problema ambiental: las corrientes marinas aportan un gran cantidad de residuos sólidos a las playas. La basura viene de todas partes, especialmente de Salvador.

En colaboración con el proyecto Broto (Brote), de educación ambiental con énfasis en la plantación de alimentos y hierbas medicinales, el equipo comenzó recogiendo plásticos, que, una vez reciclados, pasan al albergar plántulas y plantas distribuidas gratuitamente a la población. «En 2017, hicimos 100 viajes a la Ilha do Medo«, afirma Felipe.

EL RESCATE DE LA HISTORIA
Gracias al trabajo de Maré de Março, lugares históricos de la región, como el antiguo Engenho de Ingá-Açu, ruina del siglo 19, se están descubriendo. La batalla del equipo, es ahora hacer que el lugar y otros 15 sean reconocidos y catalogados como patrimonio histórico nacional. «La historiografía oficial viene relegando al olvido algunos de los principales logros de los itaparicanos», cree Felipe.

Junto con la Asociación de Estudiantes de Itaparica (AEITA), el activista prepara un libro para documentar lo que los trabajos oficiales no cuentan sobre la isla. «Es fundamental que los jóvenes aquí conozcan mejor el pasado para que puedan identificarse con el territorio y fortalecer su identidad y autoestima”, dice Felipe, que da clases de historia en el curso preuniversitario de la asociación. «Va a ser un punto de inflexión entre lo que se aprende en la escuela y lo que fue olvidado y debe ser rememorado», dijo Adriano Alcantara, vicepresidente de AEITA.

Crear el sentimiento de pertenencia es una de las principales preocupaciones de la iniciativa, puesto que el deseo de salir de la isla es expresado por la mayoría de los 400 jóvenes que ya han asistido al curso de AEITA. «Queremos demostrar que es posible vivir aquí y tener una vida de abundancia y prosperidad; una vida simple, pero más humana,» dice Felipe.