La percepción de que las alumnas de secundaria de las escuelas públicas de Ceilândia, periferia del Distrito Federal, estaban expuestas casi exclusivamente a modelos femeninos valorados solo por atributos sexuales, llevó a la profesora Gina Vieira Ponte, 46 años, a crear una forma de cambiar las fuentes de inspiración de las chicas. “No hay problema en querer ser linda, siempre y cuando se entienda que ese no puede ser el único papel desempeñado en la sociedad, ya que reduce a las mujeres a objetos sexuales”, afirma.

Fue así cómo nació el proyecto Mujeres Inspiradoras, en 2014, que invitó a alumnas y alumnos a investigar la trayectoria de personalidades conocidas, tales como la escritora Carolina de Jesus y las activistas Malala y Rosa Parks, y mujeres cercanas a ellos. “La idea de juntar nombres conocidos y anónimos era mostrar que cualquiera – blanca, negra, de la periferia – puede construir una gran historia”, dice.

El trabajo se convirtió en un libro en el año 2016. “Después del proyecto, lo más emocionante fue escuchar que algunas de las retratadas revaluaron la vida y ahora saben que son inspiradoras”, dice la profesora. “Son mujeres poco valoradas, que están haciendo una revolución silenciosa”.

En el mismo año, el Banco de Desarrollo de América Latina ayudó a ampliar el alcance de la iniciativa. Desde entonces, ya son más de 3000 estudiantes impactados en 17 escuelas públicas y 40 docentes formados en el Distrito Federal. “En 2018, queremos fortalecer la propuesta para que se convierta en una política pública”, afirma Gina. En una entrevista con Believe.Earth, cuenta por qué la educación ha cambiado su historia y quién es la mujer inspiradora de su vida.

Retrato (cerrado) de la cara de una mujer negra, pelo corto, al parecer de 40 años, sonriendo para la cámara. Lleva un traje con chaqueta gris y pequeños pendientes de aro. La imagen muestra solo de los hombros para arriba.

Gina Ponte: “Cualquier mujer – blanca, negra, de la periferia – puede construir una gran historia” (Janine Moraes Rocha/Believe.Earth)

Believe.Earth (BE) – ¿Por qué dices que la educación fue determinante en tu historia?
Gina Ponte (GP) – Mi trayectoria es representativa de la mayoría de los brasileros: mi padre era analfabeto y trabajaba como un vendedor ambulante, mi madre era una trabajadora doméstica y solo estudió hasta cuarto año de escuela. Ella nació en una zona rural y no pudo asistir a la escuela. El hecho de que los dos no hayan tenido esa oportunidad hizo que le mostraran la educación a sus hijos como algo extraordinario, que iba a cambiar nuestra historia, nos haría mejores.

Éramos seis hijos. A pesar de la mucha pobreza, de tener que dividir un huevo para todo el mundo, mis padres nos dieron apoyo irrestricto e incondicional para asistir a la escuela. En mi infancia, era común que los niños abandonaran sus estudios para trabajar como empleadas domésticas, niñeras, para trabajar en empleos de poca calificación.

BE – ¿Enfrentaste dificultades en la escuela?
GP – Sí. Comencé a estudiar los 7 años en una escuela pública donde estudiaban juntos el hijo de rico y de pobre . Muchos niños ya sabían leer, pero tuve serias dificultades para aprender y eso era motivo de mucha vergüenza. Así que fingía que sabía leer, me acordaba de memoria la lectura. Esto sucedió también porque ya llegué a la escuela lastimada por el racismo. Era una niña asustada con una baja autoestima. Pasé a segundo año de escuela [en 1983] sin saber leer. Ese año, encontré a la profesora Creusa Pereira dos Santos, quien, a pesar de mis esfuerzos por ser invisible, me pidió que fuera a su escritorio. Pensé que iba a regañarme, pero ella fue muy afectuosa, me tomó en su regazo, se esforzó para que aprendiese. Fue la primera vez que alguien me miraba con credibilidad.

En su regazo, tomé la decisión de ser maestra. Pensé: no quiero ser invisible; quiero ser maestra, porque no debe haber en la vida algo más interesante que hacer por otros niños lo que ella hizo por mí. Marcó un hito en mi historia. Más tarde, alfabeticé a mis tres hermanos más jóvenes jugando a la escuela. Ellos fueron mi primer grupo.

BE – ¿Fuiste la primera en tu familia en hacer un curso superior?
GP – Fui la primera en entrar a la universidad, en pasar un concurso público, en entrar a un posgrado. En esa época, no existían una serie de políticas públicas que hoy favorecen la entrada de personas que tienen una situación igual a la mía. Los discursos funcionaban como un dispositivo para que ni siquiera pensase en entrar a la universidad pública. Escuchaba que la Universidad de Brasilia no era para negros ni pobres. Ni llegué a dar allí la prueba de ingreso a la universidad. Pero conseguí un lugar en la universidad privada. Trabajaba de mañana y de noche y estudiaba de tarde. Fue un desafío enorme, pero era una necesidad seguir estudiando: siempre me apasionó la escuela y me daba cuenta que era muy importante para mi madre y para ser una referencia para mi hermanos.

BE – ¿Cómo fue su experiencia inicial como docente?
GP – Empecé a los 19 años. Una práctica recurrente es dar clase a los novatos “más difíciles”. No tenía mucha noción de lo que estaba haciendo. Los niños tenían entre 7 y 14 años, algunos eran del área rural. Pensaba que no tendría otra oportunidad de encontrarme con esos niños y niñas, así que alfabetizaba con mi corazón – creaba un método para cada uno, dando atención individual. Y conseguía algún resultado, porque buscaba respuestas incansablemente. Pero fueron años de soledad. Todavía le falta mucho apoyo y acompañamiento al docente en Brasil.

Después de 8 años, quise probar cómo era trabajar con adolescentes. Entré en un salón de sexto grado y era un caos. Traté de dar clase, pero nadie me escuchaba. Eso fue un disparador para mí: entré en un proceso de padecimiento psíquico grave y tuve que permanecer alejada durante casi un año, recibir seguimiento psiquiátrico y psicoterapéutico. En terapia, descubrí que quería ser una profesora para ser un agente de cambio, para que mis alumnos pudieran tener un futuro mejor. Cuando me di cuenta que no lograba hacer eso, cuando vi que los jóvenes le estaban dando la espalda a la escuela, me enfermé.

BE – ¿Cómo conseguiste convertir los años de desamparo en un proyecto inspirador?
GP- Cambiando mi esquema de trabajo. Estudié mucho para entender que el joven le da la espalda a la escuela porque la escuela le dio la espalda a él primero. Estaba imponiéndoles a los estudiantes un modelo educativo que tiene sentido para mí, pero el mundo de esa juventud, permeado por las nuevas tecnologías, les hace tener una perspectiva diferente. Me di cuenta que tenía que cambiar como profesora. Creé una cuenta en una red social – en aquel momento, era el auge de Orkut – y cambié mi trabajo en el salón para proponer más proyectos, más trabajo en grupo. Comencé a dar menos clases expositivas y más lectura. En 2014, encontré el video de una alumna bailando funk con un fuerte sentido erótico y quise comprender por qué eso estaba pasando.

Investigué quiénes son las mujeres presentadas como íconos para niños y adultos y vi que, desde la infancia, son modelos fuertemente sexualizados, que transmiten el mensaje de que lo más importante es ser hermosa, sexy y deseada por un hombre. No hay problema en querer ser linda, siempre y cuando se entienda que ese no puede ser el único papel desempeñado en la sociedad, ya que reduce a las mujeres a objetos sexuales. Mi objetivo con este proyecto era ayudar a las chicas a buscar otras fuentes de inspiración.

BE – ¿Por qué surge la decisión de fomentar la investigación no solo sobre mujeres conocidas, sino también sobre anónimas?
GP – Para demostrar que cualquier mujer – blanca, negra, de la periferia – puede construir una gran historia. Les presenté numerosas trayectorias, como la de Carolina de Jesus y Rosa Parks, quienes, incluso casi sin escolaridad, hicieron cosas increíbles. Después de que estudiaron la biografía de esas personalidades y leyeron obras de autoría femenina, llevé al salón de clase a cuatro mujeres inspiradoras de nuestra comunidad, en Ceilândia.  Y les pregunté cuál mujer era una inspiración para sus vidas. Algunos eligieron a la madre, otros a la abuela o bisabuela. Juntos construimos el guión de entrevista para cada una. Ellos llegaban eufóricos con los relatos y les pedía que escribieran sobre lo que habían escuchado de estas mujeres en la familia o en su círculo próximo.

BE – ¿Cómo responden los niños a la propuesta de buscar mujeres inspiradoras?
GP – No presenté el proyecto como feminista, porque me di cuenta de que las representaciones que tenían sobre el feminismo eran demasiado negativas. Hubo cierta resistencia al principio, mucho más al modelo que al tema de la mujer inspiradora. Eso es porque este modelo constructivista subvierte la lógica de la escuela tradicional, que coloca a los estudiantes en condición de pasividad, en donde copia y repite. Ser protagonista implica mucho más esfuerzo. Pero, al final del proceso, me llamó la atención cuánto se sorprendieron al conocer a estas mujeres. Tenemos una cultura que hace inviable las grandes realizaciones femeninas, entonces, estos chicos se quedaron encantados, se convirtieron en fans de las mujeres entrevistadas.

A muchas de ellas las sacaron de la escuela para ser explotadas en el trabajo infantil, sufrieron abuso, fueron echadas de la casa por haber quedado embarazadas. Son historias muy fuertes, de mucha resiliencia y coraje. Me pareció tan precioso este material. Entonces, lo convertimos en libro. Después del proyecto, lo más emocionante fue escuchar que algunas de las retratadas revaluaron la vida y ahora saben que son inspiradoras. Son mujeres poco valoradas, que están haciendo una revolución silenciosa [con la voz quebrada]. Incluso me emociono al hablar… Son mujeres como mi madre, que necesitan reconocimiento, valoración.

 Mujer negra, pelo corto, usando una camiseta negra, chaqueta gris y pantalones jeans, sonríe a la cámara mientras sostiene un libro en sus manos. Ella está en un largo pasillo de pared verde y piso de cemento.

Gina sostiene una copia del libro «Mulheres Inspiradoras» (Mujeres Inspiradoras), una reunión de los relatos hechos por los alumnos en el salón de clase (Janine Moraes Rocha/Believe.Earth)

BE – ¿Quién es la mujer inspiradora de tu vida ?
GP – Mi madre es mi mayor inspiración. Siempre me emociono cuando me acuerdo de ella. Vino del interior de Minas Gerais con una mano delante y otra detrás, cuando Brasilia comenzó a ser construida. Era una extraordinaria mujer, íntegra, trabajadora, hacía milagros con el poco dinero de la casa, cosía, plantaba algunas verduras – todo para complementar el presupuesto de la casa. Ella fue la primera feminista de mi vida: nunca me incentivó a pensar que un hombre sería mi gran proyecto de existencia.

En mi infancia, la violación de los derechos de las niñas se cristalizó. Pasé por varias situaciones en que podría haber sido abusada sexualmente, pero, como mi mamá conversaba conmigo de todo, yo sabía que eso estaba mal y podía defenderme. Ella me enseñó a ser dueña de mi propia historia.

 

Este contenido es parte del especial Believe.Women, una serie de entrevistas realizadas por Believe.Earth en colaboración con la revista AzMina y el portal Catarinas. Believe.Women apoya y promueve el ODS 5, de Igualdad de Género, y el ODS 10, de Reducción de las Desigualdades.