Paula Dib revela bellezas donde menos se espera. Donde la mayoría de nosotros vería solamente escasez y problemas, ella reconoce las semillas de una riqueza que, con su apoyo, germinan, se desarrollan y florecen, generando transformaciones a su alrededor.

Su trayectoria personal ayuda a entender cómo se forjó esa mirada sensible y curiosa sobre el mundo. Nacida en São Paulo y educada, en casa y en la escuela de formación humanista, para reconocer y valorar al otro, Paula convivió con aborígenes en Australia y con pescadores en Brasil antes de empezar su trayectoria profesional.

Con el tiempo, en un mundo cada vez más abarrotado de cosas y objetos, decidió encarar su papel de diseñadora con una perspectiva ampliada: fue así como empezó a valorar los procesos más allá de los productos. Creando nuevas relaciones, nuevas interacciones, nuevos ambientes, nuevas realidades, se hizo una diseñadora social.

Sus proyectos recorren contextos y lugares muy diferentes entre sí. En el “sertão” de Ceará, Paula mezcla innovación y tradición, reduciendo la distancia entre el arte de los zapateros locales y el mercado europeo. En África, en asociación con educadores mozambiqueños, encontró en trozos de bambú y paja de maíz los recursos para la creación de juguetes pedagógicos. En Londres, a través de una intervención artística en el patio de un colegio público, movilizó a la comunidad escolar para repensar sus conflictos y valorar la diversidad cultural presente entre los estudiantes. Sea donde sea, las personas son su principal materia prima.

Vencedora del premio International Young Design Entrepreneurs of the Year de 2006, ahora se dedica a registrar algunas de las historias que conoció en sus andanzas. Recientemente, co-dirigió un documental sobre los maestros del cuero en la región de Cariri. Es lo que se revela en su trayectoria y en sus películas: el objetivo atento y generoso con el que Paula mira el mundo.

PREGUNTONA
¿Pero de dónde salieron esas ganas de buscar nuevos caminos en el diseño? De entre varias influencias, Paula rescata de su trayectoria una experiencia que vivió un poco antes de entrar en la universidad: durante un viaje de intercambio a Australia, la joven mochilera, que tenía entonces 18 años, decidió cambiar el curso de inglés que le dieron sus padres por un trabajo voluntario en una aldea aborigen.

Además del contacto con las tradiciones locales, Paula presenció la entrada masiva de productos industrializados en la vida de los nativos. Su trabajo consistía exactamente en pensar una forma de lidiar con algo completamente nuevo en ese contexto: la basura. “Acabé quedándome dos meses con el pueblo aborigen. Lo que más me gustaba era observar cómo esas personas trabajaban, cómo se relacionaban”, recuerda Paula.

A partir de entonces, la aspirante a artista plástica decidió cambiar de carrera. De vuelta en Brasil, se matriculó en el curso de diseño industrial. En la facultad, con la experiencia australiana aún fresca en la memoria, Paula cuestionaba el papel social del diseño y su relación con el consumismo: ¿de verdad necesitamos tantos productos? ¿De verdad tenemos que importar las tendencias del diseño italiano como nuestra principal referencia? ¿Cómo podemos reducir el impacto ambiental de la producción industrial? ¿Cómo el diseño puede mejorar la vida de la gente?

Una vez que se graduó, Paula siguió siendo inquieta y curiosa. O, como ella misma se define: preguntona. Los cuestionamientos, de forma intuitiva, llevaron a la diseñadora a interesarse cada vez más por la artesanía brasileña. Desde entonces, Paula ha participado en más de 30 proyectos con comunidades urbanas y rurales en diversas regiones del país.

En Helvecia, por ejemplo, en el sur de Bahía, después de un periodo de inmersión en el pequeño municipio, vecino de una fábrica de papel y celulosa, un equipo de diseñadores liderados por Paula propuso a la asociación local conjugar la técnica que las artesanas dominaban con el material que había en abundancia: fue así como, juntas, crearon el croché con virutas de la corteza del eucalipto.

A partir de ahí, las mujeres de Helvecia pasaron a entretejer una colección completa de productos, entre macetas, fruteros y lámparas. De forma creativa e innovadora, la iniciativa unía diseño, saber artesanal y uso sostenible de recursos naturales. Con esa propuesta, hace más o menos 8 años, Paula ya formaba parte de un movimiento mayor, que proponía nuevos caminos para el diseño nacional.

“Me llaman ‘diseñadora sostenible’. Pero para mí, sostenibilidad no puede ser una etiqueta. No es un fin, un lugar que se alcanza y listo. Es una actitud, una propuesta. Propuesta de dar sentido, condición y coherencia. Yo diría que mi principal tarea es dotar de sentido”.

Ya sea con zapateros tradicionales en el “sertão” de Ceará, con estudiantes universitarios en Hong Kong o con educadores en el interior de Mozambique, la actuación de Paula refleja su búsqueda constante de coherencia entre forma y contenido. Una búsqueda en la que el producto final es ideado en un contexto más amplio, que toma en consideración el proceso y las personas implicadas. Se trata de una mirada más crítica hacia nuestros modos de producción y de consumo. Y así, de pregunta en pregunta, es posible profundizar aún más: “¿Cómo podemos crear una sociedad más justa?”. Esta es una de las cuestiones fundamentales sobre la que el trabajo de Paula, la diseñadora preguntona, nos invita a reflexionar.