Cada vez que una persona en situación de calle pedía comida en la casa de Demetrius Demetrio, en Recife, era invitado por los padres del entonces adolescente para sentarse a la mesa y comer con la familia. Nacido en Río de Janeiro y criado bajo el abrigo un barrio militar, en el Plan Piloto, en Brasilia, el muchacho no entendía porqué había seres humanos haciendo de la basura su propia alimentación – o por qué debía dividir el pan con ellos.

Demetrius caminaba todos los días por la calle Rua do Imperador, en el centro de la ciudad, hacia el colegio. Hasta el día de hoy el camino concentra la mayoría de personas sin hogar de la capital de Pernambuco. De las 1200 contabilizadas por la prefectura de la ciudad en 2017, la mitad vive en la zona central.

Sin nada para dar a los indigentes, Demetrius bajaba su cabeza y solo sonreía. El gesto hizo que fuera conocido como «el chico de la sonrisa». Décadas después de aquellos años de 1980, el niño fundaría la Comunidade dos Pequenos Profetas (CPP) (Comunidad de los Pequeños Profetas), organización no gubernamental que atiende a 400 niños y adolescentes en situación de calle y pobreza.

LA VIDA EN LA CALLE
En uno de sus paseos diarios, Demetrius pasó por el Convento de Santo Antônio y oyó al arzobispo de Olinda y Recife, don Helder Câmara, hablándole a una audiencia. Decidió hablar con don Helder y aceptó su invitación para unirse a un grupo que dedicaba las tardes de los martes a pasar el tiempo con los excluidos sociales. Organizaba juegos, hacía curativos y repartía alimentos. Pero le parecía poco.

”Después de un año, bajo los cuestionamientos de la familia y los prejuicios de los amigos, cambió las comodidades del hogar por el asfalto. Se fue a vivir con aquellos que un día le causaron extrañeza. «Quería hacer algo para cambiar la realidad», dice Demetrius. “Necesitaba entender cómo esas personas vivían y por qué estaban allí”.

Durante el período en que no tuvo un techo, Demetrius recogía vegetales desechados en el suelo de la feria, los lavaba y hacía una sopa para distribuir a los colegas de vivienda. No han sido raros los casos en que la policía vino y tiró toda la comida.

Un año más tarde, fue a vivir a un galpón. La cantidad de sopa aumentó y empezó a alimentar a 200 personas. Ocasionalmente, volvía a dormir en las calles. Si veía a alguien siendo golpeado, iba a defenderlo. Terminó con dos cicatrices en la mandíbula y una cirugía plástica en la nariz. Fue detenido y amenazado de muerte varias veces.

UNA NUEVA HISTORIA
Después de que su trabajo llamó la atención de estudiosos y entidades extranjeras, siendo premiado por organizaciones de países como Alemania y Suiza, Demetrius buscó formación en administración de empresas y pedagogía para oficializar la iniciativa con la creación de la Comunidade dos Pequenos Profetas.

La foto muestra a Demetrius con un grupo de jóvenes y niños, sentados en la azotea del tejado ecoproductivo y verde. Al lado, un macizo con varias verduras. Todo el mundo está sonriendo y mirando a la cámara.

El sueño de Demetrius comenzó hace 30 años y hoy beneficia indirectamente a 20.000 personas (Rafael Martins/Believe.Earth)

Todos los días, a las ocho, el frente de la casona donde funciona el CPP, en el centro de Recife, está lleno. Son personas que saben que allí encuentran cuidado y oportunidad. «Muchos niños, al salir de la casa y romper el vínculo familiar, tienen como única opción la marginación y el consumo de drogas», dice Demetrius. «Tenemos que reconstruir con ellos una nueva historia».

El equipo de la ONG, que sirve indirectamente a 20.000 personas, desarrolla actividades con énfasis en fomentar el avance de la escolarización, el empoderamiento femenino y el acceso a los alimentos. Cuando no están en la escuela, los niños y adolescentes participan de jornadas de lectura, prácticas deportivas, producción de arte con material reciclable. Uno de los aspectos más destacados es el taller Reinventando o Brega (Reinventando el mal gusto, en traducción libre), reconocido por el Premio Objetivos de Desarrollo del Milenio, que valora acciones que contribuyen al cumplimiento de las metas sostenibles establecidas por las Naciones Unidas. En la actividad, los niños y niñas rehacen las letras del brega pernambucano (música típica de la región), transformando el papel de la mujer. 

En la foto, vemos un niño negro con varios paquetes de papel con verduras. Al fondo, el cielo azul

João Eufrosino, de 16 años, descubrió en el proyecto Semear e Colher (Sembrar y cosechar, en traducción libre) el placer por la cocina (Rafael Martins/Believe.Earth)

HUERTA DE BOTELLA
Formado en gastronomía, Demetrius canalizó el conocimiento académico para crear el proyecto de huertas verticales Semear e Colher (Sembrar y Cosechar). Con botellas PET recolectadas en el contaminado río Capibaribe, que corta la ciudad, CPP produce plántulas para distribuir en la comunidad, introduciendo en el menú de la población alimentos como rúcula, lechuga americana y puerros. En 10 años de actividad, la ONG ya sacó 1 tonelada de botellas del río.

Los propios asistidos de la institución aprendieron a sembrar y cosechar. Cada 15 días, llevan a casa una botella con un tipo de verdura para dar continuidad al proceso de cultivo. La mayoría no tiene acceso a áreas verdes y muchos viven en palafitos en las márgenes del río. «Las plántulas no matan el hambre, pero ayudan a complementar la comida», afirma Demetrius, destacando que lo más importante no es dar alimento, sino saber que se puede cambiar la vida de alguien. «La buena comida modifica desde la salud hasta la autoestima», dice.

Para enseñar cómo manipular productos, Demetrius realiza talleres sobre gastronomía. El estudiante  João Eufrosino, de 16 años, encontró en esa actividad un oficio. El muchacho se enamoró de la cocina y hoy se lo conoce como el minichef del CPP. «Con la huerta, aprendí a hacer comidas y también a no derrochar alimentos», cuenta, que llevó el conocimiento a la escuela, donde está creando una huerta. Ya la ama de casa Ana Carla Araujo, de 27 años, sintió el impacto de los talleres dentro de su hogar. «Mis hijos empezaron a comer más ensalada», afirma.

dos niños en el tejado verde atrás de várias verduras. Vemos solamente parte de sus rostros.

Niños aprenden técnicas de plantación y recolección y adoptan más vegetales en la alimentación (Rafael Martins/Believe.Earth)

TECHO ECOPRODUCTIVO
Después de tener la sede del proyecto saqueada seis veces y ver la comida tirada en la azotea de la casona, Demetrius tuvo la idea de llamar a empresas dispuestas a ayudar a transformar los 400 metros cuadrados de techo en la huerta comunitaria Telhado Ecoprodutivo – Semeando Horizontes (Techo Ecoproductivo – Sembrando Horizontes, en traducción libre).

La estructura hecha de madera ecológica con espacio para paneles solares se destaca en el paisaje metropolitano grisáceo. Hay 20 canteros, una sementera y mucho verde: cilantro, perejil, cebolla de verdeo, lechuga, menta, zapote, mango, pitanga. El cultivo es hecho por los jóvenes atendidos en la ONG y sus familiares, con la ayuda de facilitadores.

Una foto muestra un hombre blanco, gris, buscando para arriba, con el cielo azul. Atrásel tejado verde con varias hortas.

Demetrius creó la azotea ecoproductiva, huerta comunitaria con 20 canteros distribuidos en 400 metros cuadrados (Rafael Martins / Believe.Earth)

En 10 meses, el techo promovió una economía estimada de 3.800 dólares en la compra de alimento para 70 familias. Pero los beneficios son incalculables. La secretaria Paula Ferreira, de 35 años de edad, se asustó cuando la hija menor, Marcela, tuvo una crisis de hipertensión. La chica ni siquiera tenía 3 años de edad y mantenía una alimentación basada en frituras.

Con lo que aprendió en Semear e Colher y en la azotea ecoproductiva, Paula agregó más verdura en la casa. El resultado fue inmediato. Marcela empezó a perder peso y la madre se sentía motivada para convocar a los vecinos a construir un cantero orgánico donde viven, en la Favela do Papelão. Paula planta en frente de la casa pimientos, cilantro, mostaza y rúcula. «Mi hija pesaba 20 kilos con 1 año y 8 meses. Hoy, a la edad de 3 años, pesa 18. Nuestra salud ha cambiado», cuenta.

El techo ecoproductivo se está convirtiendo en laboratorio de investigación agrícola para universidades y escuelas. La visita está abierta a cualquier persona interesada, con la condición de donar 1 kilo de alimento no perecedero. El espacio atiende hasta 50 personas a la vez. La experiencia de promover el acceso a los alimentos también está siendo replicada por Demetrius en otros proyectos de los cuales es parte, como SoliVida, apoyada por la institución alemana Aktionskreis Pater Beda.