Babá (equivalente a Mãe de Santo normalmente de la religión Candomblé) de Umbanda, socióloga, escritora, activista  de los derechos humanos y del movimiento negro. Cada uno de estos títulos dicen un poco sobre la carioca Flávia da Silva Pinto, 39 años de edad, nacida en Vila Vintém, comunidad de Río de Janeiro. Madre de tres hijos biológicos e incontables hijos de santo, trabaja para el desarrollo de las políticas públicas contra la intolerancia religiosa. Actualmente es coordinadora de las Políticas de Derechos Humanos y Libertad Religiosa de la Secretaría Municipal de Asistencia Social y Derechos Humanos.

En 2011, Flávia recibió de la Presidenta Dilma Rousseff el Premio Nacional de Derechos Humanos por su actuación en la legalización jurídica de los terreiros (lugar de encuentro de las religiones afrobrasileras), la investigación que se desarrolló para mapear las casas de religiones de matriz africana y el trabajo social realizado en el terreiro de Umbanda Casa do Perdão (Casa del Perdón), fundada por ella en 1997, que proporciona asistencia religiosa a las presas de la unidad femenina Nelson Hungría.

En una entrevista con Believe.Earth Mãe Flavia Pinto cuenta que la violencia contra las religiones de matriz africana es el resultado de un sesgo histórico y revela por qué cree que la humanidad tiene mucho que aprender de los conocimientos milenarios y prácticas que mantienen un fuerte vínculo con la naturaleza.

Una mujer negra, de turbante blanco y blusa blanca con varios collares de cuentas coloridas sonríe a la cámara. Está en un terreno con muchas plantas.

Para Mãe Flávia Pinto, umbanda y el candomblé tienen el papel fundamental de desarrollar en el ser humano una relación de cuidado con la naturaleza (Reproducción/Archivo Personal)

Believe.Earth (BE) –  ¿Cómo empezó tu relación con Umbanda?
Mãe Flávia Pinto (MFP) – Mi familia es el mosaico de creencias, típico de la familia brasilera. Me crié en la iglesia católica, pero, cada vez que me enfermaba, mi bisabuela me llevaba al terreiro para que la Preta Velha (Negra Vieja) me bendijera y mejoraba. Mi padre y mi madre fueron asesinados [el padre era un traficante de drogas y su madre fue víctima de femicidio]. Tenía 5 años de edad cuando murió y 10 años cuando ella se fue. Quería una orientación para lidiar con todo eso y ni mi familia ni la iglesia me la daban. Por lo tanto, todavía de niña, comencé a ir al terreiro sola. Las entidades me fueron dando la orientación que necesitaba. Siempre me dijeron que tenía «Coroa de Babá» (Corona de Babá) [babá es la Mãe de Santo, función que asumió en Umbanda a los 23 años]. Siempre supe que tenía la mediumnidad, que necesitaba desarrollar ese don para ayudar a la humanidad. Pero luego vino la adolescencia, y no quería saber de religión, solo de fiesta, estar de novia. También me alejé porque, lamentablemente, así como hay padres pedófilos y pastores charlatanes, en mi religión existe eso también. Vi cosas muy malas y entonces sentí prejuicio. Me aparté y, durante siete años, no quería ni escuchar hablar. Después, volví a través de entidades que comenzaron a manifestarse [en mí]. Cuando por mí misma lo descubrí, nació el terreiro Casa del Perdão, que cumplió 20 años ahora.

BE – ¿El activismo social surgió junto con su formación en el terreiro?
MFP –
Cuando me convertí en una babá de Umbanda, me di cuenta de la intolerancia [religiosa] y me asusté. Entonces, empecé a buscar formas alternativas de enfrentar esta situación y me encaminé por la militancia de los derechos humanos.

BE – ¿De dónde viene el prejuicio con relación a las religiones de matriz africana?
MFP –
Es un proceso histórico. El Brasil no tiene 517 años. Tiene 11.000 años, como lo demuestran los últimos informes arqueológicos, que prueban la existencia de los pueblos indígenas aquí. Cuando creemos que Brasil tiene 517 años, asesinamos una cultura, un saber antes de esa fecha. Brasil eligió este pensamiento eurocristiano, que genera una serie de prejuicios, como con los que existen con los pueblos indígenas y las religiones afroindígenas brasileras, como Umbanda y Candomblé. Se entiende que desde el año cero, con la llegada de Cristo, las cosas empezaron a ser importantes. Sucede que las personas nos llaman demonios, espíritus atrasados, cuando, en realidad, el demonio es una figura cristiana y no africana, yoruba o indígena.

La foto muestra un grupo de personas, dos hombres y tres mujeres en un camino de piedras en el Jardín Botánico de Río de Janeiro. Cada uno de ellos viste prendas características de sus religiones.

De izquierda a derecha: el Jeque Mahdi, shiita musulmán; Irán, musulmán sunita, Mãe Flavia, umbandista; Raga Bhumi, hare krishna; y Alice Gress, chamanismo, durante el evento Fe en el Clima, en Río de Janeiro (Reproducción/Archivo Personal)

BE – ¿Qué salida ves para combatir los prejuicios en las agendas de derechos humanos y las libertades individuales?
MFP – No podemos detener la lucha. Es el valor de las mujeres como Maria da Penha [una mujer cuyo esposo intentó matarla dos veces, y que se ha convertido en una destacada activista en la lucha contra la violencia doméstica en Brasil, una ley nacional contra la violencia doméstica fue denominada en su nombre], de muchas otras que se organizan en movimientos, de la sociedad que hace que se implemente una política pública y lleva al gobierno entender que existe una demanda en la población. Soy extremadamente optimista sobre esto, porque tengo conocimiento de que estamos ejerciendo ese papel. Tenemos la Caminata Contra la Intolerancia Religiosa, el GTIREL, que es un grupo de trabajo interreligioso que se convertirá en el primer Consejo Estatal por la Libertad Religiosa en el país. También existe el plan estatal de la libertad religiosa. Ya hay servicios públicos para recibir y guiar en los casos de denuncia de intolerancia. Son avances, porque salimos del punto de partida.

BE – Casa do Perdão realiza una serie de trabajos sociales, muchos de ellos volcados a mujeres. ¿Cómo es esa relación entre la religión y el empoderamiento femenino?
MFP –
Nuestra religión está vinculada a la naturaleza. Para nosotros, naturaleza no se limita a agua y árboles, se hace de fuerzas sagradas. A partir del acercamiento con la tradición religiosa o con el trabajo del servicio social, las mujeres empiezan a rescatar una relación con sus orígenes indígenas y africanos. Después de todo, el pobre en Brasil es, en su mayoría descendientes de indios y africanos. Mujeres que a las que le robaron su infancia, que han sufrido violaciones de sus derechos, pasan a reconocerse como sujetos. Reanudan la relación con la naturaleza y, de estos aprendizajes y un curso técnico, se empoderan más, porque se convierten en protagonistas de su propia vida. Dejan de ser dependientes, de alguien o del Estado y rehenes de una situación de violencia.  Las mujeres también re aprenden que un té puede ayudar en la salud. Si se toma en cuenta que estamos hablando de una población en la que la mayoría es pobre, saber que se puede encontrar medicación en la naturaleza, sin costo alguno, es una forma de empoderamiento.

BE – ¿Todas esas mujeres son practicantes de Umbanda?
MFP –
No. El terreiro está abierta a personas de cualquier religión. La formación profesional está abierta a todos. Tanto que el mayor público al que atendemos es evangélico. Hicimos un proyecto financiado por Petrobras en el que trabajamos con corte y costura, carpintería e informática. Llegamos a cubrir aproximadamente 600 familias. Todos gratis.

BE – ¿Cuál es la importancia de las religiones de matriz africana e indígena para la conservación de la naturaleza?
MFP –
Tienen un papel clave para volver a decirle al ser humano que tiene que desarrollar una relación de cuidado con la naturaleza. Creo que es importante que las religiones como Umbanda, Candomblé, Wicca, que tienen un fuerte vínculo con la naturaleza, sean más escuchadas. Podemos transformar el mundo con la difusión del conocimiento de nuestra religión. ¿Si es necesario convertirse en adepto de estas creencias? No. Alcanza con no quedarnos cruzados de brazos.