¿¿Dónde queda la zona rural de la ciudad de São Paulo? Si alguien hiciese esa pregunta a un peatón en la Avenida Paulista es probable que oiga una ruidosa carcajada. Al final, hace mucho tiempo el campo fue transformándose en asfalto en esta metrópolis de 12 millones de habitantes. Pero el hecho es que en Parelheiros y Marsilac, extremo sur del municipio, existe un área rural de cerca de 350 kilómetros cuadrados, donde más de 400 agricultores sacan del suelo el sustento de sus familias.

Viven y trabajan dentro de APAS (Áreas de Protección Ambiental) Capivari-Monos y Bororé-Colonia, la primera creada en el 2001 y la segunda en 2006. La región es hogar de nacientes que ayudan a proteger los manantiales de las represas Guarapiranga y Capivari, responsables por el suministro de agua a los residentes de las zonas sur y oeste. Así, el Índice de Desarrollo Humano Municipal (IDHM) es 0,680, uno de los más bajos de la ciudad.

Arpad Spalding tuvo contacto con esta realidad en 2008, cuando tenía 27 años de edad. Geógrafo graduado de la Universidad de São Paulo, terminó el colegio y pasó un año en África. Viviendo en Mozambique, vio cómo, en medio de la pobreza, la tierra apenas era utilizada. Regresó a Brasil con la idea de convertirse en un granjero, vivir con la familia, en la región de Cotia (SP) y trabajar con la comunidad del entorno. Pero la vida cambia. Arpad estaba trabajando en la ONG 5 Elementos y en uno de los primeros proyectos de agricultura orgánica en Parelheiros, financiado por el Fondo Especial de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable (FEMA) del municipio. Ayudaba a entrenar, brindaba asistencia técnica y daba apoyo a la organización social de los agricultores.

El proyecto duró unos meses. Cuando había terminado, Arpad estaba tan involucrado con la propuesta que continuó apoyando a ese pequeño grupo. Como voluntario, quería continuar con el trabajo de convencer a los productores de la región para que pasasen su modo de producción a orgánico.

¿QUÉ TIPO DE AGRICULTURA ES ESA?
«Nadie sabía de lo que estaba hablando», recuerda Daniel Petrino dos Santos, 39 años, quien nació en Parelheiros y siempre trabajó como granjero en la región. «Yo mismo no le prestaba mucha atención. Pero Arpad es insistente. Pasaba por aquí de vez en cuando y repetía – Daniel, vamos a plantar orgánico. Como solía plantar de la manera tradicional, tomó mucho tiempo para cambiar», cuenta.

Arpad, recuerda que la resistencia al principio, era de hecho grande. «PPero nos las arreglamos para capacitar a algunos agricultores que se convirtieron en líderes y referencia y liderazgo, ayudando a estimular a los otros productores». Entre ellos estaba Valéria Macoratti, 47 años. Se mudó en 2002 a una pequeña granja en la región en busca de espacio para criar a los perros de la calle que había adoptado.

Empezó a plantar y siempre que iba a la ciudad llevaba algunas lechugas y mazos de col y de perejil pedidos por los amigos. La demanda iba en aumento y ella pasó a entregar productos de los agricultores vecinos. Cada vez que iba a buscar verduras, los cuestionaba: “¿Realmente necesitas utilizar veneno?”.

El mismo hombre de la foto de portada, de piel blanca, bigote, barba y pelo corto, castaño, aparece al fondo de la foto, en el lado derecho, de frente a la cámara, en diagonal, observando grandes frutos marrones con zonas verdes, amontonados. A su lado, más cerca de la cámara, hay una señora de perfil, colocando los frutos. Tiene piel blanca, pelo liso, corto y castaño-canoso, y lleva una guirnalda de flores pequeñas rojas, naranjas y rosas. Viste camisa azul de manga corta y tiene una expresión seria. En el fondo, cajas de plástico negras apiladas. Más al fondo, vegetación alta en diferentes tonos de verde.

Arpad con la agricultora Valéria Macoratti, a quien le presentó el modo de producción orgánico (Rafael Igayara / Believe.Earth)

Valéria es hoy presidente de Cooperapas – Cooperativa Agroecológica de los Rurales y del Agua Limpia de la Región Sur de São Paulo. La Cooperativa nació en 2011, como una propuesta de organización social y económica de los agricultores de la región.

En aquel momento, la demanda de alimentos orgánicos era pequeña. Quien producía, vendía sus productos en ferias, pero los resultados no eran buenos y muchos se desanimaban. «El reto fue estructurar un sistema que posibilitase la circulación de la producción», dice Arpad. Para buscar una solución, otras dos organizaciones se integraron al proyecto: el Instituto Kairós,una ONG orientada a la comercialización solidaria, y la Associação Biodinâmica, que brinda apoyo en la certificación orgánica.

Con este refuerzo, se implantó el Sistema Participativo de Garantía, un modelo de certificación orgánica, creado por el Ministerio de Agricultura brasilero. El primer grupo de agricultores ha sido certificado en 2012. Otros se unieron al Protocolo de Transición Agroecológica del Estado de São Paulo. Con estos mecanismos, es posible certificar que se producen alimentos con prácticas agrícolas sostenibles, en armonía con el medio ambiente y sin el uso de fertilizantes químicos, herbicidas y venenos, por ejemplo.

Varias plántulas alineadas sobre la tierra de una huerta, distribuidas de manera simétrica, de forma paralela, en dirección hacia el fondo de la imagen.

La base del cultivo orgánico es tener un ambiente equilibrado, que ayuda a la planta a desarrollarse y la protege contra plagas (Rafael Igayara/ Believe.Earth)

“JUNTOS, PODEMOS IR MÁS LEJOS”
Para que el movimiento ganase cuerpo, era necesario mostrar los beneficios de los alimentos orgánicos y asegurarse de que llegasen a la población. Luego surgió la idea de crear ferias especializadas en parques de la ciudad. Esta vez, el problema era una ley que prohibía este tipo de comercio en esos lugares. «Así que, ¿qué hacemos? Movilizamos a los agricultores para cambiar la ley»,  dice Arpad.

Y así sucedió. La primera feria orgánica de São Paulo abrió en 2011 en el Parque Burle Marx, con cuatro carpas de los agricultores de la cooperativa. Un año más tarde, nació la feria del Parque do Ibirapuera, cuya continuidad se ha visto amenazada por la prefectura en el año 2014. Utilizando su red de contactos, la cooperativa ha llevado a cabo la campaña “A feira fica!” (“¡La feria se queda!”), que repercutió en las redes sociales. La feria se quedó.

Ese movimiento, según la agricultora Valéria, ayudó a crear una sensación de «nosotros podemos» entre aquellas personas cuyo trabajo, históricamente, no es valorado. «Allí, todos entendieron que, juntos, podíamos ir más lejos».

El sueño de Arpad de convertirse en agricultor estaba cada vez más presente. Se unió a otros tres socios y compraron, juntos, un lugar en la región, pasando a integrar el grupo de los productores locales. Su apuesta en el mercado es la producción de frutos rojos.

EL PRÓXIMO PASO: VENTA COLECTIVA

El mismo hombre de la foto de portada, de piel blanca, barba, bigote y pelo corto castaño, camina diagonalmente en dirección a la cámara, desde el lado central derecho, entre plantaciones de pequeñas verduras. Lleva pantalón jean claro, camisa de cuadros azul y marrón grisáceo y gran abrigo negro. Al fondo, tres personas detrás de él, en el huerto, y, más al fondo, árboles altos de troncos finos.

Arpad se define como un catalizador de procesos: manos a la obra para ayudar a hacer que las cosas sucedan (Rafael Igayara / Believe.Earth)

Incluso con la cooperativa creada, productores certificados y las ferias funcionando, con las actividades se desatinaba. En 2015, se dio un paso más, con la creación de una rutina de comercialización colectiva. Todo lo que se cosechaba se ofrecería, de una manera integrada, a restaurantes y puntos de venta.

Arpad pasaba parte de la semana hablando con cocineros y empresas que pudieran estar interesadas en la compra de alimentos orgánicos. En la otra parte del tiempo, identificaba los productos que serían recogidos, ayudaba a cada miembro a organizar la entrega, recibía y efectuaba los pagos. La primera venta colectiva fue hecha en julio de 2015 para un evento de la prefectura. Poco después, llegó el primer cliente regular, el Instituto Chão, una tienda en Vila Madalena, al oeste de São Paulo, que vende productos orgánicos y artesanales a precio del productor.

El trabajo de Cooperapas comenzó a ser conocido y a atraer a algunos chef de cocina. Entre ellos, la masterchef Paola Carosella, que firmó un acuerdo para abastecer sus restaurantes después de reunirse con los productores locales. Luego vinieron otros restaurantes de renombre, como los comedores de las oficinas de Google y Facebook.

El volumen de negocios medio actual es mayor a 40.000 reales al mes (alrededor de 11.400 dólares). El valor es compartido entre los 36 miembros, según el volumen de productos que ofrecemos. «Al principio, las reuniones de la cooperativa tenían una media docena de gatos locos», recuerda Valéria. «Hoy hay más de 40 participantes y siempre hay nuevas personas que desean entender cómo funciona». El trabajo de Arpad con los productores continúa porque muchos no se adhirieron al cultivo orgánico.

Para aquellos que ya se han unido, los resultados son visibles. «Plantaba más, pero tenía un montón de pérdida porque usaba veneno, fertilizantes químicos y quemaba el bosque, que arrasaba la tierra. Ahora, el bosque es mi fertilizante, saco una plantación y ya hago otra. Planto menos, pero recolecto más”, resume Ismael Fidêncio, 68 años, agricultor de toda la vida. Antes, lograba sacar 600 reales (171 dólares) al mes vendiendo sus productos. Hoy, con la cooperativa, su ingreso mensual es más de 1.400 reales (400 dólares).

La transformación de Ismael es, en opinión de Arpad, la mejor definición de agricultura orgánica. «El agricultor va a entender su propiedad, se apropia de los procesos que ocurren allí y tiene la autonomía para responder a los problemas que surgen, con la seguridad de estar haciendo lo que es bueno para él, su familia y la sociedad».