Devolver el bosque nativo a las calles de São Paulo es el objetivo de Floresta de Bolso (Bosque de Bolsillo), una técnica creada por el máster en botánica Ricardo Cardim, 40 años, para replantar en la ciudad trechos del Bosque Atlántico en espacios de 15 metros cuadrados. Los minibosques respetan la dinámica original existente antes de la degradación, considerando desde los tipos de plantas originales hasta su espaciamiento. El sistema prevé la plantación de una plántula por metro cuadrado – en reforestación tradicional, la medida es una cada 6 metros cuadrados.

La idea es recrear un ecosistema que crece rápido, demanda menos mantenimiento, ya que está totalmente adaptado al medio, y tiene más oportunidades de sobrevivir independientemente de la acción humana, porque es autosostenible. «Estos bosques son núcleos de biodiversidad», dice Ricardo. «Las semillas nativas son esparcidas por el viento y por los animales y traen de vuelta la vegetación espontánea, destruida por las especies exóticas, que vienen de fuera, que hoy en día toman el 90% de las áreas verdes de la capital. Los ejemplares extranjeros no tienen enemigos naturales. Por lo tanto, se desarrollan libremente, tomando el espacio de las demás.

En el bosque, los ejemplares evolucionan durante miles de años para convivir en armonía. «En Floresta de Bolso, pongo una serie de competidores aptos, que lucharán por agua, luz y nutrientes y buscarán tener la máxima eficiencia y cooperación para sobrevivir a la lucha del otro», explica el botánico. Hay una mezcla de plantas. Las más rústicas y de rápido crecimiento, llamadas pioneras, dan sombra, restauran el suelo y traen humedad, ayudando a las especies más nobles a progresar. Los árboles frutales están en los bordes, donde reciben la cantidad adecuada de humedad e incidencia solar. La estrategia permite que fructifiquen más fácilmente y tengan un desarrollo lateral – y no a lo alto – manteniéndose más bajos y accesibles.

PLANTACIÓN COLECTIVA
La primera experiencia de Ricardo en la reconstrucción de bosques fue en el patio de su empresa, un estudio de paisajismo sostenible, en 2013. «Monté un pequeño bosque esquematizando lo que había estudiado y, en seis meses, las plántulas pasaron de 1,5 a 3 metros y estaban llenas de hojas», cuenta. El concepto fue incluido en el proyecto de un cliente – tres años y medio después, los árboles tenían 8 metros de alto.

Floresta de Bolso salió de las propiedades privadas y ganó áreas públicas cuando Ricardo organizó esfuerzos conjuntos con los residentes de los barrios donde se realizan las acciones. «Es conmovedor ver el cambio que la comunidad unida puede hacer», dice Salvador Campos, 46 años, voluntario frecuente. «Poco a poco, fuimos capaces de tener más porciones de verde en la ciudad y nuevos seguidores».

Algunos de estos espacios públicos, que hoy en día ya son diez, fueron hechos a pedido  de grandes empresas. Otros surgieron a partir de donaciones de individuos – un bosque con 500 árboles cuesta alrededor de 12.300 dólares, incluyendo la preparación de la tierra y las plántulas – y de la ayuda de amigos y socios, como Nik Sabey, creador de Novas Árvores Por Aí (Nuevos Árboles Por Ahí) y el arquitecto y urbanista Sérgio Reis. «Los bosques de bolsillo traen más que sombra, temperatura amena y mejor humedad, del aire», dice Nik. «Cuando las personas plantan juntas y pueden ver aquel bosque crecer, se produce una conexión entre la naturaleza y el ser humano». Y esto sólo puede traer beneficios a la ciudad y a la gente. «Los esfuerzos conjuntos crean una relación afectiva de los residentes con las plantas y despiertan en ellos las ganas de cuidar de aquellas especies», dice Sergio.

Imagen aérea de una plaza de forma triangular, en medio de una intersección, repleta de árboles que parecen jóvenes por tener una copa pequeña.

Vista aérea del Bosque de Bolsillo del Largo da Batata, en la zona oeste de São Paulo: en seis meses, el bosque ya ocupa espacios y la biodiversidad florece (Rodrigo Elizeu/Believe.Earth)

Densos y heterogéneos, los bosques en el medio de la ciudad atraen pájaros que el espacio urbano aparta y que pueden actuar como depredadores de plagas como termitas y cucarachas. Estos también trabajan para rescatar carbono del aire. Según cálculos del biólogo Marcos Buckeridge para Believe.Earth, un árbol grande adulto en la ciudad de São Paulo acumula a lo largo de 60 años, 5,6 toneladas de carbono en su tronco. Un minibosque con 500 especies de pequeño, mediano y gran porte puede retener 3,4 toneladas por unidad para el mismo período. Son 1.700 toneladas menos en el aire.

Como muchas de las especies plantadas en los bosques de bolsillo están protegidas por ley, la expectativa es que tengan larga vida y no sean destruidas para dar lugar, por ejemplo, a proyectos inmobiliarios. «Tenemos que remangarnos las mangas para cambiar esta ciudad construida pensando en los coches y en el concreto», dice Ricardo. «Porque, si no lo hacemos, el gobierno no lo va a hacer».