En 2016, la Organización de la Naciones Unidas (ONU) publicó un estudio que evaluó los impactos del cambio climático en el mundo. De acuerdo con el informe, los desastres naturales relacionados con los cambios en el clima perjudican más a las personas pobres y vulnerables, especialmente de los países en desarrollo. Esto ocurre porque cuanto menos dinero, poder o riqueza una persona tiene, más difícil le es protegerse de un desastre natural.

En la mayor parte del mundo, mujeres y niñas son uno de esos grupos que están al borde de la vulnerabilidad climática. En muchos países, ellas tienen menos acceso a recursos financieros y a educación de calidad – y esto les hace estar más expuestas a catástrofes, sequías y otros efectos del cambio climático. Pero, según encuestas recientes, mujeres y niñas son más que víctimas: ellas son una parte fundamental de la solución al problema. El proyecto Drawdown: The Most Comprehensive Plan Ever Proposed to Reverse Global Warming (Drawdown: el plan más completo jamás propuesto para revertir el cambio climático, en traducción libre), del ambientalista Paul Hawken, por ejemplo, muestra que garantizar los derechos humanos básicos a la mitad la población mundial no solo promovería una mayor resiliencia ante el cambio climático, sino que disminuiría, sustancialmente, la contaminación lanzada actualmente en la atmósfera.

“Lo primero que tiene que pasar para una reversión de los efectos del cambio climático es la reducción de la cantidad de gases de efecto invernadero”, explica Christina Kwauk, investigadora del centro de Educación Universal del Brookings Institute, en Estados Unidos. “Pero no estamos prestando atención a lo siguiente: el crecimiento de la población es mayor en los lugares donde las niñas no van a la escuela o no están terminando los estudios; donde las mujeres no tienen control sobre su vida reproductiva y no tienen acceso a la planificación familiar”.

Christina es una de las autoras de una investigación publicada en septiembre de 2017 que encontró una fuerte asociación entre la duración promedio de la educación de las niñas en un país y el puntaje de ese país en los índices que miden la capacidad de recuperación ante desastres ambientales. Después de todo, cuanto mayor sea el nivel educativo de las niñas y mujeres, mayores ingresos y oportunidades de movilidad social tienen. Eso rompe los ciclos de pobreza, que aumentan la vulnerabilidad a los desastres ambientales. “Invertir en igualdad de género es una opción mucho más barata cuando se trata de aliviar los efectos del clima, además de ayudar a mejorar la calidad de vida y el futuro de la mitad de la población mundial”, dice la investigadora.

Según el proyecto Drawdown, sin planificación familiar, la proyección es que el planeta tenga 9.700 millones de personas en 2050. Eso tendría un impacto, por ejemplo, en la construcción civil, en la producción de alimentos y residuos, en el uso del transporte, generando la liberación de 119,2 gigatoneladas de dióxido de carbono (1 gigatonelada equivale a 1 millón de toneladas) en la atmósfera.

Sin embargo, debe decirse que los países con más alto crecimiento poblacional hoy en el mundo no son los que contaminan más. Sudán del Sur, por ejemplo, que se encuentra entre los líderes mundiales de crecimiento poblacional, es el 157° país más contaminante, mientras que Estados Unidos, cuya población crece 4 veces menos, es el segundo mayor contaminador.

Además, según los expertos, es necesario tener cuidado para “no culpar, incluso accidentalmente, a las mujeres por la superpoblación y los daños climáticos”, explica Amber Fletcher, profesora de sociología de la Universidad de Regina, en Canadá. “Los cuerpos de las mujeres a menudo son objeto de discursos sobre el exceso de población”, dice. “Si nos vamos demasiado lejos con esto corremos el riesgo de entrar en políticas y medidas legislativas que realmente pueden dañar los derechos reproductivos de las mujeres”.

Pero el acceso a la educación y los derechos reproductivos no es la única estrategia relacionada con el género que beneficia al medioambiente. Según el proyecto Drawdown, el empoderamiento de mujeres agricultoras también tendría efecto sobre la cantidad de contaminantes lanzados en la atmósfera (aunque ese número ha aumentado desde entonces: de 35 miembros, 6 son mujeres).

Las mujeres representan, en promedio, el 43% de la fuerza de trabajo en el campo. En las regiones más pobres, producen de un 60% a un 80% de la comida. Pero la mayoría son pequeñas propietarias, con menos ingresos, menos posibilidades de conseguir préstamos y menos cercanía a las nuevas tecnologías en comparación con los hombres productores.

Si tuvieran el mismo acceso que ellos a los recursos, la producción aumentaría entre un 20% y un 30%, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Este aumento llevaría a una necesidad menor de deforestar otras áreas en busca de mejores resultados, evitando, por los cálculos de los expertos de Drawdown, el lanzamiento de 2 gigatoneladas de dióxido de carbono en la atmósfera hasta el año 2050.

Dos mujeres miran para la foto. Están lado a lado. La mujer a la izquierda tiene el cabello atado, los ojos y cabellos oscuros, viste una blusa naranja y falda estampada. Sostiene una bandeja con varias frutas pequeñas. Al lado, hay una señora con el pelo blanco atado, ella usa gafas y viste una blusa azul y una falda negra. En sus manos sostiene una sandía mediana. El fondo está fuera de foco y hay muchas hojas de color verde oscuro alrededor de las mujeres.

Ilaete y Sandra dos Reis, madre e hija, trabajan juntas en la huerta de la casa, en la Zona da Mata, en Pernambuco: la producción alimenta a la familia, y el excedente genera ingresos (Fabio Erdos/Actionaid)

MAYOR DIVERSIDAD EN EL LIDERAZGO
Para que las medidas en relación con el clima contemplen también la visión, las necesidades y los derechos de las mujeres, especialmente de las mujeres negras e indígenas, debemos llevarlas a los espacios de toma de decisiones. Las delegaciones de la última Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP23), en 2017, tuvieron, en promedio, un 38% de mujeres. La primera reunión de científicos que forman el Grupo de Trabajo Antropoceno, que estudia los cambios geológicos causados por la acción humana en la naturaleza, llevada a cabo en 2014, tuvo solamente una mujer entre los 29 participantes aunque ese número ha aumentado desde entonces a seis mujeres de los 35 miembros.

Según un estudio de 2016 del Centro de Investigación Pew, en Estados Unidos, las mujeres que llegan al poder en la política ponen el medioambiente y la protección de los recursos naturales entre las pautas prioritarias. El informe indica, incluso, que mujeres e hispanos se declaran más preocupados por el cambio climático que los hombres blancos. La comunidad LGBTQI también tiende a ser pro medioambiente y a tomar decisiones de consumo y de voto basadas en el tema, según una encuesta realizada por la consultora The Harris Poll. Estos datos ayudan a entender por qué tantas organizaciones y movimientos ambientales son conducidos por mujeres y poblaciones no blancas.

“La diversidad es importante, pero eso no significa simplemente tener ‘más mujeres’. Los beneficios de incluir más mujeres blancas privilegiadas de países ricos es extremadamente limitado”, explica Sherilyn MacGregor, profesora de políticas ambientales de la Universidad de Manchester. “Lo importante es traer gente con diferentes experiencias y visiones de mundo, incluyendo con carácter urgente, a aquellos cuyas vidas han sido seriamente afectadas por el cambio climático”.

Poco a poco, los cambios van sucediendo. En junio, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU aprobó la creación de un panel sobre el tema y un estudio que evalúa la integración de abordajes de género en la acción climática global. Además, el COP23 inició la implantación del primer Plan de Acción de Género, que trae cinco puntos para incrementar el número de mujeres en las próximas conferencias y asegurar que la cuestión de género influya en todos los debates.

Esto es importante porque, como explica Sherilyn MacGregor, “cualquiera de las políticas que intenten responder al cambio climático, ya sea reduciendo las emisiones o haciendo sociedades y comunidades más resilientes al cambio de clima, tendrán diferentes implicaciones e impactos en personas según el género, la raza, la clase”.

Por eso, también es importante que los fondos distribuidos por las Naciones Unidas para programas de adaptación a los efectos de la crisis climática estén principalmente dirigidos a grupos de mujeres en las zonas más afectadas. “Tenemos que garantizar que esos recursos financieros lleguen a agricultores y pequeños propietarios”, explica Patricia Glazebrook, profesora de filosofía de la Washington State University y asesora de la organización Gender CC: Women for Climate Justice. Al final, garantizar que todos los seres humanos tengan los mismos derechos y recursos es no solo preservar nuestra supervivencia como especie, sino también garantizar la supervivencia del planeta.